Clay Felker. Jim Bellows. Tom Wolfe. Jimmy Breslin. Héroes. Fueron los padres del nuevo periodismo bajo la voz en eterna bronca de Truman Capote y Normal Mailer. Y Clay Felker, muerto este verano, fue el padre fundador que encontró un sitio y un estilo para retratar con reportajes la ambición, el poder y la nueva sociedad que surgía en los 60.
Creó los urbanitas y al periodismo que esperaban.
Por supuesto, se llamó New York Magazine. Nació como suplemento dominical del New York Herald Tribune, el diario que se escribía al grito de Jim Bellows: "los diarios no tienen que ser aburridos". En 1968, hundido y derrotado el Tribune por la obcecación de las huelgas de los tipógrafos, Felker no se lo pensó. ¿Cómo desaprovechar aquellas ideas y el genio de escritores y periodistas como Wolfe y Breslin?
"Tienes que mostrármelo", decía a sus reporteros. Y los lanzó a contar lo que venía y lo que hacían quienes se empeñaban en definir los límites de la sociedad y la ciudad.
Llamó a Milton Glaser y se atrevió a lanzar una revista revolucionaria que atacaba a la vez el elitismo intelectual de The New Yorker, el punto de vista alternativo de The Village Voice, fundado por Mailer en 1955, y el lujo periodístico de The New York Times Magazine.
Ambición. Ambición. Dinero. Mejor, cómo viven los imitados por los que están podridos de pasta. Cómo son quienes reiventan la vida cotidiana. Esa era la idea. Y nació lo que desde entonces llamamos estilo, estilo de vida, tendencias o cualquiera de esos nombres tontos que usamos para hablar de la ambición y de la vida maravillosa y al límite que no nos atrevemos a vivir.
Ocho noches en casa. Fueron las que pasó Clay Felker en todo un año. Y presumía. En casa sólo cenan los pobres, los idiotas y los aburridos. Cena fuera para ver a todos y que todos te vean. El editor defendía que si se que quedaba en casa no se le ocurriría sobre quiénes y qué había que publicar reportajes.
Felker. Bellows lo tenía claro: no me cuentes qué ha pasado, sal a la calle y muestrame quiénes son y cómo viven los que hacen las noticias y a quienes todos miran.
Listo. Wolfe derribó el mito del santón William Shawn, editor de The New Yorker, y Jimmy Breslin comenzó a retratar a políticos y gangsters como si fueran ídolos del deporte (cuidado, no engolados vanidosos de marketing como los de ahora, no, tipos que se dejaban la piel para ganar en unos pocos años de vida útil la pasta suficiente para vivir con un poco de dignidad y mujeres el resto de su vida).
Felker no se resignó. A los ocho años inventó una gacetilla sobre su calle. Hijo de un periodista y editor de revistas de deportes participó en el lanzamiento de Sports Illustrated y suspiraba por dirigir Esquire hasta que Bellows le dijo: haz un dominical que valga la pena leer.
Sí. Ya entonces los dominicales no se podían leer aunque las fotos eran más pequeñas y había menos colorín.
O lo contrario. Un New York Times Magazine de entonces podía ser como las obras completas de un novelista prolífico. Ahora a veces todavía lo es.
Pero además tenía que poner la ciudad patas arriba. Hablar de ideas y literatura sin la santidad del Yorker. Ser más irreverente que Esquire y más lujoso que el Village.
Hasta que Tom Wolfe se metió en una fiesta de Leonard Bernstein para los Black Panthers y el radical chic se cabreó. Pero también aprendieron que la sobrexposición mediática es fabulosa.
Y todos empezaron a pensar que era una suerte que Capote te pusiera a parir. Mejor ser un idiota en Desayuno en Tiffanys o un asesino en A sangre fría que ser tan socialmente insignificante como para que Capote no te dedique unas líneas. Aunque sea deplorando tu mal gusto.
¿Y ahora qué viene? La otra gran pregunta de Felker que desde entonces se hacen todos los editores/as de tendencias, estilo y bla, bla. Cómo carajo viven los que no viven como los otros. Diana. Obligados a poner el ojo en la mirilla del cotilleo sociológico.
Ms. ¿Puede una revista llevar otra en su interior? Sí, coño. Y más si la dirige una amiga, es de la misma empresa y además queremos decirle a la gente: ¡Eh, el feminismo está aquí y ya tiene su revista!
Cómo no iba Milton Glaser a querer a New York. Sus portadas, su manejo de la tipografía en los largos artículos de la revista y el cambio de ritmo con las piezas cortas revolucionaron el diseño periodístico. En New York todavía te puedes embanderar un fin de semana de resaca leyendo una cover. Pero también puedes ojear, leer en corto (leer, no sólo ver). En los años míticos, más.
Ritmo. Pregunta a Capote o a Wolfe. Es lo que tantos diarios (sobre todo), revistas, periodistas y diseñadores siguen sin entender. El problema no es si los textos son largos o cortos, estúpido. El problema es la monotonía. Si repites estructuras día tras día, sección tras sección, el ritmo es un baile para cojos y ciegos. Dale largo a lo que merece/disfruta leerse y deja en corto lo que simplemente hay que saber.
Ritmo. Felker era un tipo del sur (Missouri). Quizá aprendió ese ritmo del jazz journalism, del magisterio de William Faulkner y de Francis Scott Fitzgerald. De los gacetilleros que sabían que una página sin interés es como un cáncer. Te devora y te convierte en un apestado para los demás.
Nueva York. El periodismo de la ciudad. City journalism, lo llamaron. No es lo mismo que el periodismo local. El periodismo local informa de lo que pasa en la vida cotidiana de los ciudadanos. El city journalism cuenta la vida maravillosa y diferente de los personajes que sólo pueden merecer un titular porque son visibles en la gran ciudad. El poder.
Poder blando: sobre todo el de cambiar la forma de vivir de mucha gente. El de mudanzas de costumbres, hábitos, estilos. El de los que imponen tendencias.
Poder duro: dinero, ambición, más poder, política, más ganas de comerse el mundo empezando por la Gran Manzana, empresarios, banqueros, inversores y un tipo apegado al detalle para contarlo. Y ser poderoso al contarlo.
Por eso no es de extrañar que acabase fundando Manhattan Inc. Había inventado los yuppies años antes de que existieran y hundió su caja con la suya en el crack de 1987.
Dinero, dinero nunca hizo New York. Pero Felker sabía cómo contarlo. Un año después de lanzar la revista y con pérdidas de 1,7 millones de dólares se lanzó a por dinero con una oferta pública a diez dólares la acción. Y el todo Nueva York, claro, compró. Un año después vendía 240.000 ejemplares.
Seguro, la mitad accionistas y la mitad gente deseando verse despellejada por una de las estrellas de la revista.
"Tienes que mostrármelo". El detalle. Debajo de todo reportaje con voluntad de estilo sólo debe haber una cosa: reporterismo. Tom Wolfe recuerda el mandato de Felker. Es lo que pedía Bellows. Escríbelo como quieras. Al carajo las convenciones, pon tu voz. Pero que sea cierto, coño, ¡eres un reportero!
La nada sutil división entre periodismo y literatura. Los hechos.
Y así, desde dentro, apostando por un reporterismo audaz y vibrante de los nuevos estilos de vida, New York publicó los primeros reportajes en la gran prensa sobre grupos como las putas de los ricos, los hippies, los surferos y los macarras de discoteca que inmortalizaría Fiebre del Sábado Noche, la película basada en un reportaje de Nik Cohn.
Como antes hiciera Norman Mailer con el hipster hasta el grafiti, Felker siempre anduvo atento a la piel oculta de la ciudad. Sus reporteros y sus lectores lo agradecieron. New York publicó la primera fotografía de una mujer en plena subida de caballo, muñecas de Andy Warhol. Y el todo New York se escandalizó. ¡Lector, querido hipócrita!
El mito es cíclico. ¿Quién compró New York? Rupert Murdoch. El puto rico más rico del periodismo y al que más gusta y más sabe de periodismo. New York. Fue uno de sus primeros trofeos en su colección de cabeceras míticas: The Times, The Sunday Times, New York Post, Wall Street Journal... En 1976 -ocho años después de nacer la revista ya era mítica- se lanzó como un poseso a comprar acciones. Puro Murdoch. A la mierda Felker y Glaser. KO. ¡Ese combate tenía que haberlo contado Breslin!!!!
Años después me encontré a Glaser en Barcelona rediseñando La Vanguardia y le pregunté, religioso, por New York: "It was great", contestó.
El ataque del emperador Murdoch fue una bendición. Felker tuvo que huir y lo hizo dirigiendo The Village Voice y Esquire. ¡Un hijo de puta pretencioso y estirado! Se quejaron muchos en esas revistas. Pero el padre fundador volvió a apostar por portadas magníficas y periodismo de alto riesgo, social y cultural, al menos.
No quedan editores como Clay Felker. Si los hubiera quizá habría más reporteros como Wolfe, Breslin, Michael Herr, Hershey y tantos otros.
Eso es periodismo, coño. Bye, Felker.