El panorama audiovisual está alterado, muy alterado. La crisis de los dos años pasados, la reducción de beneficios de las grandes cadenas y su presión para aumentar la concentración televisiva, la indefinición de la televisión futura y la reestructuración de RTVE sin publicidad mientras el telestado autonómico continúa devorando recursos y espacio público inquieta a muchos, aviva frustraciones y lanza una nueva carrera de intereses.
Desde posiciones ideológicas e intereses diferentes, en pocos días coinciden dos críticas al nuevo modelo de televisión pública impulsado por el presidente Zapatero y su vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega.
El catedrático Enrique Bustamante, uno de los sabios convocados en 2004 para la reforma de la televisión pública, publica en Le Monde Diplomatique un artículo en el que se queja de una reforma que "amenaza con degradar el espacio público democrático español para muchos años".
Y en El Confidencial, José Antonio Zarzalejos, ex director de ABC, se queja ahora de la liquidación de TVE, "un fraude político, no sólo para el electorado socialista, sino para la sociedad española en su conjunto, a la que se priva de un instrumento de culturización, información, programación digna y patrimonio intangible común".
Con los dos coincido en parte, aunque no me dejan de sorprender algunas afirmaciones de ambos.
Con Bustamante concuerdo en la necesidad de la definición y orientación a una función de servicio público que está muy lejos de cumplirse. Pero tampoco lo cumplía antes y la que propusieron los sabios en su informe nunca se desarrolló adecuadamente, a pesar de lo mal que sentaron a Bustamante mis críticas por un informe claramente insuficiente, como el tiempo y la voluntad política han demostrado. Críticas que coincidían con las otros miembros del comité de sabios de los que Bustamante también discrepaba por su convencimiento de la necesidad de una radiotelevisión pública fuerte, que no debería confundirse con grande.
Una idea de la que discrepo profundamente mientras el servicio público de radiotelevisión no sea más que un enorme instrumento de poder de la partitocracia.
Quizá él confiaba más en que la política seguiría sus recomendaciones. Mi escepticismo de entonces desgraciadamente se ha cumplido.
Con Zarzalejos coincido en la crítica a la voracidad de las televisiones comerciales y a un telestado autonómico que dilapida el dinero de los contribuyentes con una enorme falta de responsabilidad y menor transparencia. Televisiones como instrumentos de poder permanentemente utilizadas por los políticos para extender su dominio sobre la sociedad.
Pero discrepo de Zarzalejos de su visión de RTVE como un nuevo pendón de España. Ariete de una reconquista de competencias autonómicas que la derecha y algunos sectores de la izquierda agitan en los últimos tiempos. Una idea fundada en la utilización partidista de una gran parte de los fondos públicos y de la administración autonómica. Una acusación cuyas bases reales podrían solucionarse con una reforma unitarista y antiautonómica o con un giro federal que aumente la responsabilidad financiera de los gobiernos autonómos. Y donde seguramente podrían replantearse algunos problemas del café para todos fundacional del mapa autonómico.
Mientras las televisiones públicas no adelgacen para no invadir más espacio del necesario para el servicio público y ese objetivo no se redefina para adecuarse a las posibilidades de la era digital, todo lo demás sobra.
Otra cosa es la denuncia de una televisión comercial que 20 años después de su nacimiento confirma que es sólo un negocio, voraz como pocos, y que no cumple los mínimos requerimientos del servicio de televisión pública que también desempeñan.
Pero eso ya se sabía. Sorprenderse a estas alturas es haber vivido en la inocencia durante dos décadas.
La televisión pública no será realmente valiosa mientras no dependa de la ciudadanía y no del poder político ni de una enorme burocracia sindicalizada que ahoga muchas posibilidades.
Un servicio público en la era digital debe ser más abierto, responsable, participativo y eficiente de lo que RTVE o cualquiera de sus émulos autonómicos ha sido hasta ahora. Pero tampoco hay que ilusionarse. La televisión es poder y negocio, el epítome de la comunicación de masas. Y no parece dispuesta a cambiar ni siquiera cuando coloniza internet aliada con las telecomunicaciones y pretende acabar con la neutralidad de la red.
La ilusión de la gran revolución de Zapatero TV con una nueva televisión pública y más oferta y pluralidad se desvanece. Concentración, pelea por la TDT y la televisión de pago, y un sobrecoste de la TDT pagado por todos y muy lejos de las promesas de motor de la sociedad de la información proclamadas constantemente por el gobierno y sus responsables.