Dedos cansados de tanto apretar el mando a distancia. En vísperas del apagón analógico los telespectadores siguen en los canales de siempre. La gran promesa de un telestado más plural y diverso, agotada. Aprietas, aprietas y vuelves a apretar y a menudo vuelves al canal donde habías empezado. Cansado.
La televisión tiende a la concentración como la partitocracia al bipartidismo. Por eso es fácil que desafectos como Zapatero y Rajoy encuentren el único consenso posible en el presidente de la televisión pública.
El telestado del bienestar es un coñazo. Y una ruina, dicen sus quejosos dueños.
Más bien es una ilusión. Cuatro años después, Zapatero TV se apaga. La gran promesa de una televisión repleta de opciones, de proximidad, con equilibro entre los rayos catódicos de izquierda y derecha retrocede en un flashback miedoso a los años noventa, cuando tras el nacimiento de los canales autonómicos nació la televisión privada.
Telecinco y Antena 3 vuelven a dominar las pantallas y el negocio. La cadena de Berlusconi (Mediaset) se come a Cuatro y se hace fuerte en Digital Plus para cerrar el ensueño televisivo de Prisa. José Manuel Lara parece a punto de cerrar la fusión de A3 y La Sexta, y se une a la Mediapro de Jaume Roures, los vencedores de la guerra del fútbol.
Apurados por hacerse con los siguientes números de canal, las digitales nacidas con la TDT. Televisiones de tertulias políticas, teletienda y películas de saldo donde Veo TV (El Mundo) y Vocento asisten con sus propios problemas al desenlace de una crisis que aumenta la concentración mientras ellos fueron postergados a la TDT para ser incapaces de competir con una televisión en abierto.
Es la crisis, dicen. Es la televisión, más bien. Con crisis económica y sin ella, el quejío continuo de la fragmentación de las audiencias y la ambición devoradora de la bolsa y los accionistas conduce al oligopolio televisivo.
Listo. Estamos donde estábamos. El duro y peleado reparto de las frecuencias digitales en 2005 deja la televisión en las manos de sus anteriores dueños con otras alianza y algunos ajustes. Prisa deja la televisión en abierto, Mediapro se ha convertido en un actor principal del drama de la teleserie y por la TDT pululan los canales temáticos, divididos entre divertir a la infancia o a los sempiternos electores cabreados.
Pruebe a alternar Hanna Montana con El gato al agua como si fuese un bucle continuo y sentirá la misma sensación de irrealidad, los deseos reprimidos, el asesino que todos cobijamos dentro y un hastío tan profundo que te deja incapacitado para cualquier otra cosa que no sea seguir viendo televisión.
Con la guerra del fútbol acabada y ganada por Roures y Tatxo Benet, con una nueva RTVE sin publicidad y confusa sobre su servicio público, y con el gobierno atento a permitir las fusiones donde antes todo era pluralidad para calmar a los accionistas y abandonar a los telespectadores, todas las necesidades de los dueños de la televisión parecen cumplidas. Ahora sólo falta que acabe la crisis y vuelvan a ganar dinero obscenamente para que se sigan quejando. No se equivoquen: los grandes dueños de la tele no han perdido dinero, sólo han ganado menos, a pesar de todo. Las pérdidas son para la televisión pública y los advenedizos.
Telecinco ha conseguido un beneficio neto de 78,5 millones de euros en los nueve primeros meses del año. Un 67% menos que el año anterior, pero todavía rentable. Para Antena 3 las cuentas son algo peores: casi 19 millones de beneficios con una caída del 73% respecto a 2008.
Fin de la era de los liderazgos con el 15% de la audiencia. Los fusionados proclaman orgullosos que vuelven a superar los porcentajes del veintitantos y acumulan canales para convertirse proveedores de contenidos gratuitos y de pago.
¿Qué será ahora del proyecto de ley general audiovisual que ya nace muerto y superado por tanta telerrealidad?
Pantallas dominadas por unos pocos. La vieja ley de la concentración no cambia. Al final, todo queda siempre en manos de menos dueños, con menos alternativas reales. El sistema de licencias y el maridazgo entre política y televisión vuelve a demostrar su ineficacia.
La nueva televisión tiene peor programación. La telerrealidad, las tertulias donde se puede ver a los mismos tertulianos en todas las cadenas y las producciones de bajo coste se imponen.
Luego se quejarán de que la gente se pase el YouTube o siga tirando de descargas. Sobre todo ahora que los discos duros están tirados de precio y los nuevos televisores y descodificados al fin tienen conexión a internet.
¿Nos salvará la exhuberancia digital?
Lo dudo. El férreo control de los derechos de los contenidos y sus carísimas leyes de distribución se imponen. Por eso la tele se concentra y en internet las cadenas se ponen las pilas como no supo hacerlo la prensa para seguir dominando la imagen.
Ya lo dijo el viejo Sumner Redstone, el magnate de Viacom (Paramount, MTV, etc.): No se les ocurra perder el control de contenidos. Distribuyan como sea, pero controlen el mercado.
A obedecer. Y todos contentos.
Las televisiones se convierten en plataformas audiovisuales y el gobierno les ayuda a concentrar sin recato canales del multiplex. Y de la conversión de parte del espacio radioeléctrico público en cercados de pago, ni el mínimo debate.
¿Ha valido la pena todo el revuelo de estos cuatro años?
El telestado tiene la versatilidad de dominar a sus súbditos con su oferta embobadora de esteresestébanes, fútbol y airados opinadores que repiten cansinamente los latiguillos del discurso común.
Atrás quedan las diferencias editoriales y las declaraciones de principios. La televisión es dinero. Punto.