Por cien euros y una camisa. Antoni Miró epató al mundo ensimismado de la moda llevando a ocho senegaleses, inmigrantes ilegales, a la Pasarela Barcelona.
"Buen rollo", dijo el diseñador. Para él y su negocio, sin duda.
Es duro dejar tu tierra y arriesgar una travesía en cayuco para ganarse la vida. Cien euros puede ser una fortuna cuando no tienes nada. Una camisa siempre ha sido un sueño para los descamisados de la historia. ¿Ha llegado a los inmigrantes la camisa prometida?
Marketing barato con patiné solidario.
Los modelos improvisados están encantados. Desfilar ante las cámaras y la mirada de los in es mejor que recoger fresas o subirse al andamio.
Cayucos de marca con logo de patrocinador. Puestos a crear buen rollo muchos se preguntarán por qué no empapelan a Miró por contratar ilegalmente a personas sin permiso de trabajo.
Los empresarios de la construcción, agrícolas, de hostelería, etc. estarán atentos. Ellos no pueden contratar trabajadores ilegalmente escudándose en el buen rollo.
Toni Miró podía haberlo hecho mejor.
Lo primero, pagar bien. Para comprometerse con los inmigrantes lo primero es pagar un jornal equivalente a la tasa de un modelo profesional.
Lo segundo, compromiso real. Un poco menos de preocupación por el cayuco de atrezzo y aprovechar el desfile para dar voz a los inmigrantes y mostrar sus problemas reales.
Tercero, más provocación, menos marketing. Otro desfile hubiera sido más solidario. El año pasado Miró llevó la pasarela a la cárcel Modelo de Barcelona con sus modelos presos. Con los inmigrantes ilegales hubiera podido hacer algo parecido. Llevar la moda al mundo de la inmigración ilegal. No descontextualizarla.
En la colección de Miró no había inspiración de los inmigrantes ni de Senegal. La moda ya ha explotado ese filón de Christian Lacroix a Benetton pasando por el grunge, GAP, Alexander McQueen y tantos.
Pero en el gesto del diseñador aparece otro problema. ¿Cómo contar con los inmigrantes cuando la falta de papeles los hace invisibles?
Sin papeles todo es ilegal. Sin papeles nadie existe más que en el submundo.
Mustafa Thiam y Aliu Niang están contentos. Se sintieron personas, consiguieron paga en tres horas de poco trabajo y fueron estrellas bajo los focos.
Apeados del desfile siguen siendo invisibles. Condenados a la ilegalidad. Extraños de todos. Ahí está el problema.
La gente es lo importante, no los papeles. Pero es difícil vivir como personas cuando debes ser invisible para seguir viviendo.
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