Benedicto XVI no es Juan Pablo II. Su primera visita a España ha marcado diferencias con su predecesor. Benedicto no es un papa de multitudes enfervorizadas ni de mensaje político chocante con el poder temporal. Su mensaje es, sobre todo, doctrinal.
Cierta papalatría de los últimos años tendrá difícil sobrevivir con un papa más medido, menos populista.
Algunos obispos españoles y algunos políticos esperaban más de esta visita. Pero el papa ha estado en su sitio y se dirigido más a los fieles y menos a los gobernantes.
Las palabras del papa en Valencia han repetido casi milimétricamente dos textos claves de los últimos años del papado de Juan Pablo II firmados por Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
El primero, de 2002, es una nota sobre el compromiso y la conducta de los católicos en la vida política. Llama a los católicos a participar en la democracia, defender sus convicciones, condena el relativismo moral y deja claras las obligaciones y responsabilidad de los políticos católicos.
Pero también diferencia la vida política de la religiosa: "Para la doctrina moral católica, la laicidad, entendida como autonomía de la esfera civil y política de la esfera religiosa y eclesiástica -nunca de la esfera moral-, es un valor adquirido y reconocido por la Iglesia, y pertenece al patrimonio de civilización alcanzado".
El segundo son las Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones homosexuales, donde la doctrina de la iglesia es contundente, como ha reiterado el papa en Valencia.
"El reconocimiento de los derechos civiles y políticos, y la administración de servicios públicos no pueden ser condicionados por convicciones o prestaciones de naturaleza religiosa por parte de los ciudadanos". La frase del primer documento marca el límite de la relación entre católicos y poder civil para que ambos se respeten mútuamente y no invadan los ámbitos de cada cual.
Por ahí se abren las grietas y confusiones de los prelados que intentan construir bienes morales sobre constituciones políticas. También marcan la frontera de la actividad de los políticos católicos, cuya moralidad afecta a todos sus actos, no sólo a los de los contrarios.