Pasqual Maragall abandona la presidencia de la Generalitat con pasos tan inseguros y sorpresas (las ya famosas maragalladas) como las que han marcado la vida truculenta del tripartito.
Las elecciones catalanas serán el día de Todos los Santos, víspera de Difuntos. Maragall rompe la tradición de las elecciones en domingo para intentar rebajar la abstención.
Y hace dos días se ha querellado contra un columnista del Avui, Salvador Sostres, por publicar un artículo en su blog con formato de preguntas sobre el presunto alcoholismo del president, un rumor que lo persigue desde años atrás y que nunca ha sido confirmado.
Sostres defiende que en este caso no hay una invasión de la privacidad sino una pregunta legítima sobre la capacidad de un gobernante para ejercer sus funciones. Y pone el ejemplo de las explicaciones de George Bush.
No le falta razón. Hay ciertos comportamientos privados que van más allá del mero ámbito personal y los políticos deben ser transparentes en ese sentido, como la mujer del César.
La virtud de la democracia es poder preguntar. La obligación de los políticos es responder y la de quienes preguntan es tener los hechos o indicios suficientes para justificar las inquisiciones.
Preguntar muchas veces también es acusar. Algunos lo manejan con maestría y sin argumentos.
Maragall tiene razones para estar enfadado porque el rumor es antiguo, repetido y ha sido utilizado por sus enemigos políticos. Los indicios de Sostres deberían ser más consistentes pero no se entiende esta reacción judicial del president que se va cuando otras veces ante similares o peores insidias no ha hecho lo mismo.
La política catalana no tiene nada de oasis y se ha convertido en un barrizal. El desprestigio de muchos y el acecho a la información ha sido y es preocupante.
Maragall se va de la peor forma.