Citius, altius, fortius. El lema olímpico pierde cada día más sentido en el deporte hiperprofesionalizado. Lo podrían sustituir por un macarrónico dopadus, corruptus, sucius. El Tour saldrá hoy sin corredores, al menos sin los importantes, acusados de dopaje. La juez anula el voto por correo del Real Madrid en unas elecciones indignas de llamarse así que son la vergüenza de un club tan importante.
Millones de personas practican deporte. Más que nunca. Aman sus virtudes y valores para el cuerpo y la mente.
Muchos más se acercan al deporte como espectáculo. En la sociedad del entretenimiento, el deporte es rey. Y eso es dinero. Un tesoro codiciado por todos.
El Tour y el Real Madrid son dos símbolos de los males del deporte en la sociedad del espectáculo.
Los deportistas se dopan para ganar (lo han hecho desde siempre) y conseguir la espectacularidad necesaria para que su deporte siga siendo un negocio y una forma de vida.
Las direcciones de los grandes clubes, especialmente los de fútbol, son una gran poltrona de poder donde se pueden hacer negocios rutilantes, ganar los contactos con la política y otros ámbitos de poder de otra forma casi inalcanzables.
El maridaje entre suculentos contratos de publicidad e imagen y gran exposición mediática, operaciones inmobiliarias y cercanía al poder son el triángulo vicioso de un negocio donde lo de menos es el fútbol.
Oír a los candidatos declarar su propiedad sobre jugadores es contemplar un mercado de esclavos donde unos y otros aceptan complacidos la disciplina del negocio.
El negocio urge más cuerpos y menos moral. El deporte profesional es de alto riesgo, y no sólo para los deportistas.