Ganó la democracia. Y la risa. En las elecciones generales y en Eurovisión. Afortunadamente en este país de sempiterno cabreo enseguida aparece una salida por el callejón del gato y un lazarillo guasón encabrita la fea realidad con la ironía.
¡Es la democracia, sí!
Y la ironía. Clave. Sin ironía es imposible pensar la realidad para salir de ella hacia el futuro.
A los cabreados perfectos nunca se les pasa el cabreo. Oigan, oigan si quieren reírse los federiquismos de Losantos o las homilías de Pedro J. Ramírez y Rouco Varela. Holocaustos del enfado.
Risa contra el dolor de los asesinos de ETA que volvieron a aparecer. Risa de homenaje a Isaías Carrasco.
Pero llegó Rodolfo Chikilicuatre y le hizo un monumento hortera e irónico a ese adefesio llamado Eurovisión.
Y ganó Zapatero. El del talante. Aunque a veces maltrecho, con mirada más positiva que esos gestos torvos, crispados y agoreros de la catástrofe que nos envían los mal llamados populares.
Porque el pueblo ríe en España.
Lo decían los viajeros extranjeros del siglo XVI, extrañados de tanta pobreza y sorprendidos por la risa, tan inusual en sus rectitudes luteranas. Toparon Hemingway y Orwell con ella en el peor de los tiempos.
Hay que reírse.
Es el mejor antídoto contra la estupidez.
Risa democrática.
Arma de destrucción masiva contra la manipulación, el miedo y lo hortera.
Risa contra la "cultura medrosa disfrazada de gravedad", decía hace poco Felipe Benítez Reyes recordando a Juan Benet, el gran irónico.
Ironía y solidaridad, aconseja Richard Rorty para el triunfo de la democracia.
Este fin de semana, risa democrática. En la política y la televisión.