En la campaña electoral más seguida de los últimos años, lo peor son los candidatos. Y no mejoran.
El aspirante, Mariano Rajoy, es un hombre preso de cuatro años de crispación, intrigas, golpes bajos, escasa asunción de la derrota de 2004 y tantas deudas con el pasado que la España que propone parece sacada del Nodo.
El presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, ha sido incapaz de defender adecuadamente en toda la legislatura sus auténticas victorias.
Ganó en 2004 porque era la única alternativa a la sordera y la prepotencia del PP, a su engolamiento en el poder.
Propuso otra España y ahora no tiene la fuerza suficiente para defenderla.
Rajoy y Zapatero son dos candidatos justitos. De pocas ilusiones. Candidatos de la postpolítica. Donde las ideologías, las diferencias, la política con mayúsculas se entierra entre tanta politiquería y acogotada por la corrección política. La de un lado y el otro.
El bipartidismo reposa y se asienta en este cansancio.
Nos falta la pasión, la ilusión y la esperanza. Y muchos votarán por lo menos malo. Por el mínimo común denominador del que más comulgue.
Rajoy es el señor 30%. Todo lo que hace queda en ese porcentaje. Punto arriba, punto abajo.
Zapatero es esa ilusión que muchos quieren. Y a fuerza de fallar tan a menudo lo que queda para el sueño lo ponen los ensoñadores.
Esa es su ventaja. Y que unos cuantos derechos más se han conquistado los últimos cuatro años. Y, sobre todo, que el discurso del miedo no se vuelva a enseñorear de una ciudadanía que no lo merece.
Los ciudadanos pueden soportar a los malos gobernantes, la sociedad es suficientemente fuerte. Lo insoportable es el miedo a nosotros mismos y a nuestro vecino.
Ese terror y los demás son insoportables e imperdonables.