El presidente del Deportivo de A Coruña, Augusto César Lendoiro, quiere cobrar a los medios por informar de los partidos del equipo de fútbol. De 6.000 a 24.000 euros según el medio y los reporteros que accedan al estadio de Riazor.
Con esos precios es mejor y más barato irse a la grada y contar el partido con la vista de los aficionados. Sin pase de prensa que valga.
Lendoiro amplía su guerra con los medios después de tres años bregando con La Voz de Galicia. El diario cabecera del grupo multimedia Voz ganó el año pasado en los tribunales su derecho a la cobertura de los encuentros del equipo herculino sin pago de canon, reservado para los derechos de retransmisión.
A Lendoiro no se gustó. Sus planes recaudatorios para atajar la deuda de 26.000 millones en la que ha metido al club perdían una fuente de ingresos.
Y hace falta dinero. La ampliación de capital no ha sido bien acogida por muchos aficionados, que no tragan con las artimañas del presidente pero no quieren perder el ensueño del Superdépor que Lendoiro creó.
Al presidente del club no le importó la sentencia y atacó desde su panfleto periodístico (publicado en asociación con el Grupo Zeta) al grupo de Santiago Rey y al resto de los medios y asociaciones de prensa.
Su pretensión de cobrar a todos por informar, más allá de los legales derechos de retransmisión e imagen, es la versión descarnada de la visión del fútbol como gran negocio, más allá del deporte, cuya comunicación pública es publicidad más que información.
Sigue los pasos de la guerra entre la Premier League y los medios británicos, y la codicia hipócrita de la Fifa, grandes abanderados de los billetes al regate.
Los clubes españoles, sociedades anónimas, ya están endeudados en más de dos mil millones de euros algo más de una década después del Plan de Saneamiento de 1992, cuando todos los españoles financiamos su despilfarro.
Lendoiro desprecia la información y a los aficionados. Como tantos dirigentes que buscan notoriedad, contactos y un rápido despegue personal con su pasión por el palco presidencial de los grandes estadios.
Achican las ubres de oro. Sin la desaforada atención que los medios dedican al fútbol no sería el gran negocio (las apuestas despegan en España) en que se ha convertido.
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