Protegida por todo tipo de medidas de seguridad y aplaudida por sus vecinos.
O con gabardina y sola. Desamparada y no querida por (casi) nadie.
Las estatuas se van.
La efigie de Ramses II, 83 toneladas, 3.200 años de antigüedad, sale de El Cairo para guarecerse de la contaminación. Reinó como un dios durante sesenta años y hoy es un símbolo de nostálgica grandeza para los egipcios.
La estatua ecuestre del dictador Franco, erigida a mayor gloria del caudillo por el ayuntamiento de Zaragoza hace casi sesenta años, sale de la Academia Militar para proteger a los cadetes del mal ejemplo de un militar golpista.
Las estatuas dan lecciones de historia y mito. Para eso fueron hechas. Siguen su camino por las rutas del tiempo y la memoria.