Galicia arde como una tea. La costa es una línea de fuego y humo. El horizonte ya no es azul cuando miras al mar. Lo cubre una franja gris de humo espeso. Entre mar y cielo, fuego. Ya han muerto tres personas y varias casas han sido devastadas. Los bañistas alzan la vista en las playas y se ven rodeados de humo. El nordés no ha parado de soplar en varios días sin lluvia y calor. Ceniza y más ceniza. Arde el futuro. Arde a nosa pel.
Galicia es fuego y silencio. La mortaja del humo calla a todos. Antes de los incendios susurra la amenaza. Después, lamentos y también demasiada indiferencia. Nadie sabe nada a pesar de que muchos desconfiaban bastante y de bastantes. "Tiña que pasar", dicen. ¿Por qué?
Estruendo de motor en las pistas forestales. Y luego el fuego. Son metódicos. Muchas veces el frente de llamas es rectilíneo como el paso de las motos por las pistas. Un día queman Carnota. Lo que se salvó arde días después. Y así toda la costa por el oeste y el sur, donde aprieta la presión urbanística. La Mariña lucense está por ahora a salvo. Sin sobresaltos en la Terra Chá ni en el interior de Lugo y Orense, donde las llamas sí acechan las riberas preciadas del Miño y el Sil.
Monte Louro arde. El vía crucis del Convento de San Francisco es un rosario ardiente. Dios abrasado por un fuego malvado. Los vecinos hablaban hace un par de días de montar brigadas para vigilar el monte, entrada, seña y faro de la ría de Muros y Noia. Enfrente ardía ya el Barbanza y el pasado mítico se retorcía aterrado de tanta devastación en el castro de Baroña.
Monte Louro estaba condenado, como tantos otros lugares. No hubo retenes de vigilancia y el fuego arrasó las laderas y la laguna, donde ya no podrán anidar las aves marinas. Hasta las dunas arden en Area Maior. A su lado, Ancoradoiro fue arrasado hace unos días. Los tercos árboles supervivientes fueron calcinados esta vez. El incendiario es vengativo. Los cámpings, desalojados. Los vecinos, luchando contra el fuego y vaciando las viviendas más encaramadas en las laderas ardientes. Todo el mundo se concentra en la carretera, repleta de coches y donde transitan con dificultad los bomberos y retenes del concello de Muros.
No se oye a los hidroaviones. Presentes hace unos días y ahora desbordados. Acabó julio y el gobierno publicó cifras tranquilizadoras: menos incendios, menos superficie quemada. Agosto llegó devorando bosques con puntualidad, como si las cifras oficiales debieran volver a la tragedia de todos los años para cumplir la estadística.
Fuego. Es una nueva catástrofe como la del petrolero Prestige. Pero el enemigo esta vez no llega de fuera. Está dentro, desde hace mucho tiempo. Antes ardía el monte. Fraga hizo de la lucha contra los incendios una de sus banderas, quemada, como tantas. Ahora prenden los alrededores de lugares, aldeas, pueblos y ciudades. El fuego devora los alrededores de las casas, las cercanías de las playas, las zonas codiciadas cercanas a las carreteras. Suelo donde la nueva Ley de Montes que prohíbe recalificar lo quemado durante 30 años puede llegar a ser burlada cuando se trata de suelo rústico común, agropecuario o costero.
Falta un Nunca Máis, una movilización social, cívica y política para luchar contra esta marea negra de fuego y ceniza. No sólo cada verano. Los fuegos se apagan en invierno. Con educación y un modelo de explotación y desarrollo adecuados.
Codicia, demanda de trabajo, presión urbanística, descoordinación de administraciones y medios, indiferencia. Todo arde, todo prende.
La Xunta bipartita de PSOE y BNG luchó el año pasado como pudo y se mantuvo el operativo de los años de Fraga. Este año, con los incendios surgen las quejas de los no contratados, dicen que por no saber gallego, como obligan las condiciones laborales de la administración autonómica. Lo dicen los afectados, lo dice la ministra Cristina Narbona, lo dice el PP. ¿Por eso prenden los bosques o por eso no se apagan? En otros sectores cambiaron los contratados pero el despecho del cesante no arde en llamas que queman lo de otros y lo de todos.
Muchos queman el monte aunque nadie lo sepa. Galicia es desde hace mucho tiempo un polvorín de eucalipto y pino. Combustible esperando la chispa. La mayoría de las fragas y carballeiras ya no existen o son sólo un suspiro de frescor entre los resecos y agostados montes. Tener unos pinos y eucaliptos para cortar tras unos cuantos años es fácil y barato. Limpiar el monte y hacer una explotación cuidada y sistemática, no.
Terrorismo forestal. Terrorismo de la codicia. Terrorismo de vivir sólo de la temporada. Terrorismo de falta de planificación y de un modelo adecuado de desarrollo.
Algunos ayuntamientos andan a la greña con la Xunta por el parón de sus planes urbanísticos. El PP se queja. Algunos municipios del bipartito, también. Muchos esperan licencias para construir condicionadas por planes no definidos y peleas políticas y de clanes. Mechas.
Rumores y muy pocas verdades. Todos los años se dice lo mismo pero hay muy pocas decisiones fundadas y sistematizadas. La realidad son montes replantados de especies madereras, con escaso control y mantenimiento. Desarrollos urbanísticos caóticos que acrecientan el viejo desorden minifundista y de casa aislada. Donde antes se vivía y cuidaba ahora es un zarzal o los toxos cierran las corredoiras no reconvertidas en pistas forestales.
Falta de planificación de desarrollo en muchas zonas, a menudo casi abandonadas en invierno y que ya son zonas turísticas los veranos, con mucha presión de población y demanda urbanística en áreas casi sin servicios o dimensionados sólo para la población estable.
Falta de cultura medioambiental y cívica. Plásticos, latas, cristales, fuegos, acampadas incontroladas en las playas, en los montes. En la fina arena las conchitas conviven con miles de colillas y muchos no recogen jamás la basura de las comidas y las meriendas aunque el contenedor esté a 50 metros.
Alrededores de pueblos y aldeas transitados y sucios. Rodeados de desperdicios descuidados. Plástico y latas.
Contra o lume hace falta un Nunca Máis de conciencia, movilización y unidad. Una marea cívica para un profundo debate e impregnar Galicia de responsabilidad. Diseñar futuro para que la invasión no devore las joyas paisajísticas y naturales, responsabilizar a dueños de montes ?privados o comunales- de su mantenimiento, debatir los planes de esas costas antes pesqueras y ahora turísticas.
Conciencia cívica, debate sin partidismos, sino con argumentos, y planificación para que el futuro no sea una hoguera o una negra sombra tendida sobre todos.
P21 | Arde Galicia