Hacer buenos reportajes no es fácil. Cuando quieres vivir lo que le pasa a la gente para contarlo debes someterte a los peligros, incomodidades, miedos y angustias de los protagonistas de la información.
Siempre se ha hecho. Y siempre se ha contado.
Los mejores reporteros han sido capaces de revivir esos pasajes de la vida con la maestría de retratar los sentimientos de los protagonistas sin dejarse empapar por ellos.
No es fácil.
En el gran periodismo el reportero no existe. La historia tiene sus protagonistas. El nuevo periodismo, con su rebelión contra el objetivismo, puso al reportero en el centro de la trama, pero sólo para contar desde las entrañas la realidad vivida.
El periodismo espectáculo convierte el gran reporterismo en una farsa, a menudo provocando o interviniendo la realidad. Otras veces siendo cómplice de inconfesables a cambio de una buena historia o una buena imagen.
También se ha hecho siempre, voluntaria o inocentemente. Muchas veces no hay otra forma de conseguir la información o de poder contar los hechos.
La línea entre el gran periodismo y el infotainment, entre la verdad de la información y la ficción del espectáculo es ténue.
Quizá la mayor diferencia no está en cómo se reportea, sino en cómo se venden y promueven las historias.
Y en algo mucho más sutil y difícil de juzgar: la intención, los propósitos.
Peligros del periodismo. De su ser y su negocio.
Ayer se emitió en la televisión autonómica canaria el reportaje de El Mundo TV sobre los cayucos que acabó con el periodista llamando a la Guardia Civil para que rescatara a los inmigrantes y a él mismo.
A algunos de los que viven y retratan el drama cotidianamente no les ha gustado y censuran al reportero sus intenciones y las de su empresa en los comentarios de esta anotación.
La crítica es a veces injusta y otras no. Vale la pena, en todo caso, para reflexionar.