Harold Pinter ha muerto antes de ver a George W. Bush abandonar la Casa Blanca. No tendrá tiempo de descubrir si Obama forma parte “del mayor espectáculo ambulante”, como llamó al imperialismo norteamericano, o las palabras de los políticos empiezan a significar lo que prometen.
Gente en una fiesta, alegres, cultos, demócratas, comen canapés y debaten cómo debe ser el mundo. En la calle, silencio y represión. Es la interpretación del propio Pinter sobre The Birthday Party, su primera gran obra. Desde entonces no ha cesado de escribir contra “el hedor de la hipocresía sofocante”, su cruda descripción de la democracia occidental y su culpabilidad en Nicaragua, Guatemala, Panamá, Irak, etc.
Tanto gritó que ni siquiera las protestas de la entonces aplaudida guerra contra el terror ni la enfermedad apagaron la fuerza de su manifiesto grabado para recibir el Nobel en 2005. Volvió a denunciar al lenguaje político por no estar “interesado en la verdad, sino en su poder y mantenimiento”, como había hecho tantas veces desde que objetó del ejército en 1948. Su obra y vida ha estado dedicada a romper la tranquilidad de las conciencias acomodadas y a denunciar que tras en el patio trasero de nuestra democracia están los muertos, el hambre, la tortura y la guerra.
Orhan Pamuk, Nobel al año siguiente, descubrió el compromiso político al guiar a Pinter y a Arthur Miller en una visita a Turquía. El embajador norteamericano recordó a los escritores que “los soviéticos están en la frontera” para que entendieran “la realidad política, diplomática y militar”. “La realidad a la que yo me refiero –contestó Pinter- es la que te aplica corriente eléctrica en los genitales”. Fin de fiesta.
La lucha de Pinter fue contra el exilio interior hipócrita que deja al pensamiento en un cojín de comodidad. Siempre se arregló para incomodar a su público y sabotear la fiesta. Colándose incluso en el teatro de la España franquista. Fútbol americano, llamó en un poema a la diplomacia de Kissinger a Condolezza Rice, la que “funciona/los jodimos bien jodidos/¡se asfixian en su propia mierda”.
Muere un autor cuyo apellido es un adjetivo. Nos impuso el deber de ser críticos e incómodos para no “dejar caer las bombas/que pulen las calaveras de los muertos”.
HaroldPinter.org
Artículo para el diario Público