El comité de empresa de El País le ha sacado los colores a la dirección del diario y de Prisa. Los trabajadores preguntan a Juan Luis Cebrián dónde han ido a parar las ganancias del diario en todos sus años de existencia, especialmente los 851,8 millones de beneficio neto alcanzados desde el año 2000, de acuerdo a las cuentas de los trabajadores y de la empresa.
Como he comentado los últimos días ahí reside la mayor causa del fracaso de El País que ha llevado al planteamiento de un expediente de regulación de empleo (ERE) para una cuarta parte de su redacción.
El problema es el negocio, no la redacción, y más concretamente la mala gestión de El País y de Prisa que condujo a una deuda de más de cinco mil millones de euros, rebajada a 3.500 con una reestructuración que ha dejado la empresa en manos del fondo Liberty, de Nicolas Berggruen (el vagabundo millonario, en definición de WSJ) y Martin Franklin, de los bancos acreedores, Telefónica y Mediaset.
Quizá el desapego de Berggruen por poseer propiedades, sin renunciar a un altísimo nivel de gastos, se ha contagiado a una compañía que ya gastó en su expansión -audiovisual e internacional- más de lo que podía.
La crisis hundió toda previsión de refinanciación y la falta de reinversión en innovación y nuevos productos ha llevado a su diario bandera a una situación peor de lo imaginable.
El problema de El País no es sólo esa falta de inversión en I+D en negocio, productos y recursos que sus profesionales echan en falta y que otros grandes medios y grupos han acometido los últimos años. Lo peor es que la pérdida de una parte importante de sus profesionales más cualificados, la crisis de confianza interna -entre sus trabajadores y la dirección- y externa -entre el propio medio, la audiencia y el mercado- generada en los últimos tiempos y con el estallido final de la crisis actual puede comprometer gravemente el futuro de un diario sin proyecto claro y sin los recursos necesarios para reinventar un gran medio con una gran estructura.
El saqueo de El País y la destrucción de la cultura y la confianza interna es una quiebra de credibilidad a la que se puede sumar un vaciamiento profesional y económico que comprometa gravemente su futuro.
La pregunta de los trabajadores es clave. Además del drama personal, lo peor de la crisis de El País es el mal ejemplo de la gestión ineficaz de muchos años de ganancias en el diario líder de la prensa española.
La situación de El País no es única. Demasiadas empresas y editores han malgastado o mal invertido los beneficios de muchos años del gran negocio de la prensa y han despojado a los diarios de capacidad profesional y económica para reinventarse en los malos tiempos.
De ahí la diferencia con empresas todavía controladas por una familia de editores (como lo fueron los Polanco en Prisa), como The New York Times o The Wall Street Journal antes de la venta a Rupert Murdoch. Las fundaciones sin ánimo de lucro como la que sostiene The Guardian o la confianza en la innovación en los medios de empresas como Schibsted (propietaria de 20 Minutos y de los grandes diarios nórdicos).
El País parece hoy un líder arruinado, más propio de una tragedia a lo Ciudadano Kane que de una empresa moderna. A la busca de un Rosebud sombriamente perdido en el pasado frente a un futuro que requiere confianza, innovación y recursos para soportar el tiempo de reconstrucción del proyecto periodístico y del negocio.