Ningún gesto de amor mayor que mantener la imagen de una Eluana Englaro bella y viva, repleta de la alegría de vivir de la juventud.
"Nada más revolucionario que la certeza del derecho", como dice tan bien Roberto Saviano. La voluntad honesta y democrática de un padre para sostener la imagen de su hija como quería verla, acudir a los tribunales con la libertad del derecho y la razón, y no explotar el dolor de un cuerpo muerto mantenido en vida.
Por un momento pareció triunfar la hipocresía del interés político y de una iglesia vergonzosa bajo la égida del peor Ratzinger que no parece recordar sus propios textos contra el encarnizamiento terapéutico -se acuerda el sacerdote Bejamín Forcano en Público-, su dogmática oposición a cualquier tufo de lo que llaman vida artificial y que sólo es el estudio de la naturaleza para perfeccionarla, hasta donde podemos, con la ciencia.
Demasiada hipocresía.
Berlusconi y el Vaticano han intentado mantener su poder frente a un ciudadano que ha ejercido la radical libertad y el civismo infinito de acudir a los tribunales para reforzar el derecho y sostener su razón de que su hija ya no vivía la vida que merece vivirse.
Pero cuando todos manipulaban él no manipuló. No filtró las imágenes del cadaver doliente y deformado de Eluana. Él, su padre Beppino Englaro, la quería bella, muerta con la justicia de la razón, el derecho y la biología. No condenada por el dogmatismo.
¿Cuándo debía morir Eluana?
Quince días, dijeron los médicos. Y la maquinaria de la manipulación y el poder aceleró para conculcar el derecho y asediar la razón.
Pero la vida, dios, o quien sea, fue más justo. Y Eluana murió antes de dar tiempo a más desatino.
Ahora todos somos más libres, sabemos más de quienes siempre asedian y recortan nuestra radical libertad de personas y ciudadanos. Y, como dice Saviano, sin gritar, sin acusar, podemos vivir nuestro dolor con la esperanza de que queda algo de justicia.