"La pobreza vende, pero los pobres, no". La frase de la escritora Arundhati Roy (vía Íñigo) describe a la perfección la hipocresía de la corrección política. Cómo los temas que deberían ser duros y desagradables, dickensianos o realistas, son maquillados por la industria del entretenimiento hasta hacerlos vendibles y atractivos.
Slumdog Millionaire y sus premios oscar provocan polémica en India por el tratamiento enmascarado de su realidad social y política. Y su enorme desigualdad social.
Danny Boyle es así. Capaz de acercarse con crudeza a ciertos temas como en Trainspotting o dirigir bodrios almibarados como La playa.
Roy tiene autoridad para decirlo. En su gran éxito El dios de las pequeñas cosas supo hacer un retrato fiel y sin maquillaje del universo social de la India, con sus castas, su clase media y sus miembros acomodados.
Y nunca ha renunciado a la política y a la denuncia de las desigualdades. Por eso dice con tino que cuando se despolitiza el retrato de la pobreza y se aleja el contacto desagradable con los pobres, sólo queda una estética falsa.
Una visión crítica indispensable sobre la sociedad del ocio.