55 minutos sin Google y el mundo se vuelve pequeño, chato, amenazante, inseguro. La puerta de internet se cierra y de repente no recordamos la dirección de nuestras webs preferidas, olvidamos los datos y gran parte de nuestro supuesto conocimiento desaparece. “Este sitio puede dañar tu ordenador”. El mensaje de Google del pasado sábado en las búsquedas acaba con la ilusión de la biblioteca universal a un clic. Quizá algún correo importante se perdió también en tu GMail. Un fallo en Google y la sociedad del conocimiento vuelve a los tiempos oscuros. El ojo de internet parpadea por una mota, un pequeño error de código, y estamos ciegos.
Fue sólo un fallo, ¡y humano! El mito del algoritmo está incólume. Pero la duda y el temor de la inseguridad han vuelto. La fe se resiente y la ciberilustrada sociedad de la información desconfía.
Google es casi un monopolio. Y el dominio absoluto es malo, también en Internet, la mayor promesa de diversidad. Google amplía internet, pero también la achica. La rutina es terrible, nos acostumbramos tanto a una pantalla que cuando falla no sabemos cómo sustituirla y nos olvidamos de que se puede navegar sin Google.
Google da, pero también toma. Padecemos el control 2.0, una plácida dictablanda a la que entregamos gustosos nueve meses de nuestra privacidad, nuestros contenidos y parte de nuestra inteligencia a cambio del sueño positivista de saberlo todo.
Google no es gratis. No pagas dinero por sus productos, pero sus servicios son caros. ¿Cuánto valen tus contenidos, tus correos, tus vídeos? ¿Cuánto la huella de tu navegación? El gran buscador crece con cada página y cada resultado, pero también con cada anuncio que comercializa con contenidos ajenos.
Google no es internet. La Red es el enlace. La clave de Google es su algoritmo, el pagerank, que clasifica las páginas de internet según el número de enlaces externos. El hipertexto sirve a los buscadores, pero también funciona para navegar a partir de los contenidos y relaciones que nos interesan. Menos rápido, pero más social, más sorprendente. La velocidad no es todo.
Google necesita filtro humano. El algoritmo es sólo una regla. Ni mucho menos la única. En el pagerank está la eficiencia, pero también la condena de la redundancia. Prueba y busca: cuanto más repetitivo, mejor colocado. Sirve para llegar a lo común, no para explorar. Falta filtro humano, curioso, sorprendente, a veces inesperado, siempre utilizando multitud de criterios simultáneamente.
Google no siempre es bueno. Es una empresa y, a veces, es malo pese a sus promesas, como al acusar del fallo a Stopbadware.org cuando el error fue suyo. Sus fundadores siempre han prometido no hacer el mal. Cuestión de confianza. Un poco de vigilancia crítica nunca está de más.
Columna en Público