Las víctimas de la matanza del 11-M han pedido que no se abuse de las imágenes de la tragedia estos días de resúmenes informativos. La petición, realizada desde la angustia y el dolor es comprensible.
Gregorio Peces-Barba, alto comisionado para la Atención a las Víctimas del Terrorismo, ha reiterado esa súplica a los medios.
Los pasados días, algunos medios han evitado las imágenes más cruentas de la tragedia y otros han llegado al punto de manipular las imágenes para tapar personas y evitar recuerdos.
Pero no es posible evitar el recuerdo. El propósito del periodismo no debe ser evitar el dolor. No es lícito esconder el dolor. El compromiso del periodismo debe estar con la verdad y la información.
El triunfo de los terroristas es el olvido de su culpa, que puedan forzar el cambio de comportamiento, valores y creencias de los ciudadanos. Los terroristas vencen cuando escondemos a sus muertos, bajo las fotos retocadas, en las imágenes cegadas o cuando les echamos la culpa a las víctimas de su suerte.
La historia se escribe entre los muertos. El periodismo es el primer esbozo de la historia y se anota con lápices astillados, cortantes como la realidad.
No hablar, no ver las imágenes, no recordar la tragedia, evitar el dolor son las defensas culpables de una sociedad enferma, incapaz de contemplarse a sí misma, con sus miserias y sus despojos.
Los terroristas convierten a los muertos en cadáveres públicos. Por eso deben ser homenajeados, por eso deben ser recordados, por eso hay que llorarlos y no darle al terrorismo la victoria de hacernos esconder la realidad, no permitirles cerrar la sociedad como una concha ajena a su propio dolor y a la culpa de los asesinos.
El dolor de las víctimas es muy humano, y debe ser respetado.
No esconder la realidad no necesita del sensacionalismo, del regodeo fácil, de la imagen de impacto que atenaza al espectador contra la pantalla o la foto. Respetar a las víctimas, empezando por los muertos, es no abusar de la imagen y la descripción (no olvidemos tampoco la palabra).
Se deben usar las imágenes necesarias para retratar la tragedia, sin tacha, sin retoque, sin velar su trágico impacto. Y también se debe evitar lo innecesario, lo redundante, lo que no aporta la necesaria información para conocer la medida de la realidad.
Cuando se adecúa la realidad a la resistencia de nuestro estómago todo se convierte en telerrealidad. Cuando se vela una foto o se recompone un cadáver comienza la mentira que acaba en el autoritarismo y la distancia cómplice, indefensa ante los siervos del terror.
Se empieza escondiendo los muertos, luego se ocultan los abusos, el autoritarismo se difumina, atemperamos la injusticia. Esa es la génesis del fascismo: esconder la realidad para no sufrir, para pintarla con el mundo bien ordenado del totalitarismo.
La dureza de las imágenes y de los relatos no está en el color de la sangre. Se aloja en la injusticia y la barbarie de los asesinos, en el impacto emocional que produce en el espectador. Que los terroristas no nos hurten nuestros sentimientos.
Cada medio tiene un pacto íntimo con su audiencia. Las bases de ese pacto escriben el grado de tolerancia ante la tragedia y determinan el estilo en el que debe ser contada.
Pero no hay pacto que pueda enmascarar la verdad.
Respeto para los que más sufren. Acompañemos a las víctimas en la tragedia, seamos responsables para decidir entre lo necesario y lo superfluo. Evitemos el sensacionalismo.
Pero la información y la verdad deben estar por encima del dolor.
P21 | El dolor y la verdad de la imagen
P21 | El dolor y la verdad de la imagen (2)
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El Mundo | La imagen de la barbarie persigue a los asesinos | Ángel Casaña
Artículo de Arcadi Espada