El Cairo es la ciudad de los mil alminares. Desde la vieja mezquita de Al Ahzar, donde reside una de las mayores autoridades del Islam, por los rincones del bazar de Khan al Khalili hasta la mezquita de Al Hakim, construida por el califa cruel, mil cantos estallan cinco veces al día.
Mil almuédanos llaman a la oración en una cascada de segundos que estremece las pirámides de Giza y la Ciudadela. El Ministerio de Asuntos Religiosos quiere sustituir ese canto plural por 10.000 altavoces que repitan la misma voz: la única voz de Alá, bendecida por el Estado.
El alba alumbra de plata el Nilo y la ciudad de 17 millones de almas despierta con la llamada de los muecines. Es muy difícil imaginar la Ciudad de los Muertos, donde miles de pobres se apilan para malvivir, bajo el eléctrico y controlado acento de una sola voz.
El asunto está siendo discutido en las calles, en las mezquitas y en la vieja y prestigiosa universidad islámica de Al Azhar, donde el Gran Imán tendrá que decir algo.
Hay quienes creen, con el Gobierno, que es hora de evitar los acentos y los mensajes sin control, de la yihad a la nostalgia de los Hermanos Musulmanes.
Otros no quieren oír su religión con una sola voz y defienden al muecín y sus voces desde cada minarete, con su diferente acento, su plegaria distinta.
Quizá a alguien le gustaría unificar ya la oración bajo un único canto, el que ya Al Islam distribuye cada día en la Red, o en directo desde La Meca.
Los últimos años han abierto demasiadas mezquitas en Egipto. El dinero saudí financia la oración y el islamismo.
Es hora de apagar sus voces, piensan el presidente Mubarak y sus ministros.Y ¿qué mejor que silenciar al muecín?
En días como hoy, tras la matanza de Taba los partidarios de los altavoces gritan más. Pero será difícil reconocer El Cairo sin sus mil almuédanos.
Economist.com | The cacophonic call to prayer
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