Thursday, September 07, 2006

Cambia el mercado de los contenidos, ¿y los autores?

SpiralFrog sigue su expansión para convertirse en una alternativa a iTunes y después de firmar la descarga de música con publicidad con Universal ahora continúa con EMI.
Billy Bragg da la alarma. Músico y activista, Bragg advierte a los creadores de cómo el cambio de negocio aceptado ya por la industria de los contenidos pone en peligro sus derechos.
Las televisiones están en cruzada para extender sus franquicias más allá de la lógica. Quieren el control de todos los derechos sobre los contenidos que emiten dentro y fuera de internet. La ofensiva avanza en Estados Unidos y en el resto del mundo con el empuje de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (Ompi).
Billy Bragg alerta. Los nuevos contratos como el de MTV Flux ya reflejan ese saqueo de los derechos de los autores: "You thereby grant to us an irrevocable, unconditional, worldwide, royalty free licence to use such material or any part of it in perpetuity in any and all media and in any manner we may determine in our sole discretion."

Las televisiones y productoras de cine también se han convencido del cambio del modelo de negocio y ya están en la Red ofreciendo sus promos, clips, etc. por publicidad o en portales de vídeo participativo como YouTube, iFilm o Guba. Otras lo hacen en sus propias marcas, como MTV en Heavy.com o Sony con Musicbox. MySpace permitirá a los músicos y sellos vender su música directamente.
El mercado del pago por los contenidos se estrecha y se flexibilizará. La publicidad financia todo.
Primero iTunes descompuso el producto tradicional para volver al single, esta vez digital. Y triunfó.
Ahora toda la industria de contenidos se verticaliza gracias a la tecnología digital para convertirse al fin y al cabo en emisores, en televisiones digitales, por simplificar.

El nuevo negocio es controlar todo el proceso de producción, comercialización y distribución de principio a fin. Las mismas empresas (con diferentes marcas o unidades de negocio) producen, comercializan y difunden los contenidos apoyadas en las distendidas normas anticoncentración, cada vez más proconcentración.
Las productoras se convierten en televisiones (dentro y fuera de internet: La Sexta es un ejemplo). Las televisiones saltan a internet y producen sus propios contenidos, propios o de su público (MTV y Heavy.com). Las telefónicas se convierten en medios porque al fin y al cabo son quienes cobran al usuario la factura final de la red y el acceso a internet.
El resultado es el cambio del negocio y de la oferta, pero una amenaza para la neutralidad y la libertad de internet, el crecimiento y la socialización de la información y los contenidos.
El cambio de negocio, la asunción de los procesos de la economía y la tecnología digital es una buena noticia, pero es necesario evitar los errores del pasado. No se puede volver al oligopolio de las grandes majors de Hollywood ni a la dictadura de los monopolios telefónicos.
Sunmer Redstone, el magnate de Viacom, evangelizaba hace poco a la industria: se puede distribuir de otra forma, pero no se puede perder control sobre la distribución.
La industria ya ha comprendido la revolución digital de la producción y la distribución: barata, flexible, inagotable...

Si los autores quieren sobrevivir tendrán que oír a Bragg y al resto de las alertas. El enemigo no son los usuarios que descargan contenidos de la Red. La revolución digital permite a los propios autores una relación más directa con su público, con sus clientes. Los grandes titanes crecen y monopolizan todo, despojando al creador de sus derechos y a los ciudadanos de los suyos. Reducen el dominio público y la pluralidad: de expresión, contenidos, gustos, oferta, etc.
No quieren salir de la cultura de los hits y las altísimas rentabilidades. Es el negocio.
Pero hay otras posibilidades. Crear la obra, difundirla y comercializarla digitalmente gracias a la web, la 2.0 y la otra. Retomar los derechos de los autores y reconstruir la relación con el público. Con menos intermediarios, más apoyados en el marketing viral y el mercado infinito de la larga cola.
Para controlar la obra el enemigo no es el público ni las descargas.
El desencuentro con los consumidores de cultura y contenidos debe acabar. Los autores pueden crear y tienen nuevas formas de llegar a la gente.
Es hora de oír y cambiar el negocio pero, sobre todo, la cultura.