"Los mecenas de mañana serán distintos, más corporativos y multinacionales, pero volverán a reservarse la exclusiva de los artistas empujados a su protección. (...) Y no lo duden, también impondrán sus condiciones a los productos que van a financiar".
Leo con pasmo el artículo de Fernando Savater. ¿Qué diferencia a esos mecenas de los dueños corporativos de la industria cultural actual?
A Savater le nubla la razón su pasión contra el gratis total. La cultura no es gratis, como casi nada, pero cambian -como lo han hecho siempre- las formas de financiación y comercialización.
Los mecenas son parte de la solución. Siempre los ha habido y los habrá en la ciencia y la cultura. Sin ellos gran parte de la creación y la investigación de los últimos siglos hubiera sido imposible.
En el mecenazgo siempre ha habido intereses. Como en el comercio. Y no es para espantarse. Intereses los hay de muchos tipos y diferente catadura. Los protegidos de Mecenas sabían qué se esperaba de ellos, igual que los de los Médici, la iglesia, Carlos III o los Rockefeller.
La diferencia es que en el nuevo entorno digital y social todos podemos ser mecenas. Ya. Algunos me dirán que no es nada nuevo. Los independientes -editores, sellos discográficos, etc.- siempre han hecho más mecenazgo que negocio.
¿Y los poderes públicos? El estado es un gran mecenas desde su misma aparición. Y en la Europa de posguerra el mecenazgo cultural se ha entendido siempre, bajo capitanía francesa, como un pilar imprescindible del estado de bienestar. Un mecenazgo democrático con el dinero de los ciudadanos y la voluntad -y a menudo los intereses- de los gobernantes.
Ahora el mecenazgo puede extenderse, socializarse y ser más participativo como en el crowfunding, una forma de financiación social a través de las nuevas herramientas digitales. Permite a proyectos como la película El Cosmonauta financiarse y ya hay quien piensa que los John Cassavetes actuales tienen en la producción social y la comercialización por internet y las redes sociales su mejor oportunidad para ser independientes.
Cuando la industria domina la cultura, el resultado es puro consumo. La crítica de Adorno sigue vigente. Y muchos grandes editores, críticos y autores la suscriben. Más que nunca. Sólo así se explica la economía de la abundancia, condición imprescindible para el gratis total. Y por eso el criterio P2P (y quizá en breve la cuenta del streaming) es una de las pocas alternativas para la vida y la cultura líquidas y el ansia que provocan en tantos.
Hacen falta nuevas formas de financiación y comercialización de la creatividad, la innovación y el arte. Pero también ampliar el concepto de la producción y creación de contenidos como procomún. Especialmente cuando los creadores disfrutan de financiación pública o social. Y mejor mecenas sociales y transparentes, con objetivos claros y criterio social, que esos arteros poderosos de los que se queja Savater.