"El lector de periódicos es fiel a la ideología del mismo, mientras que el que lee periódicos por Internet es como si hiciera surf, va a de página web en página web, comparando artículos". Palabra de Juan Luis Cebrián.
Un daño irreparable. Fin del control de los medios. Las consecuencias son terribles, especialmente cuando para los diarios que sufren una terrible falta de independencia por sus intereses empresariales.
Pero en esa velocidad de escape (Mark Dery) del poder y la influencia de los medios se va gran parte del negocio.
Y ahí confluyen todos los problemas. Los de los editores y magnates del contenido, pero también los de los periodistas y quienes buscan nuevo modelos de negocio para la información.
Atar a los surfistas o evitar las olas con diques -de pago y otras restricciones- no es el mejor método.
Casi la mitad de los internautas se conforman con buscadores, agregadores y redes sociales y no llegan nunca al medio de origen, según un reciente estudio.
No es de extrañar. Somos hiperlectores. Leemos tanto, a todas horas, con tal prisa, que muchas veces obviamos la profundidad y nos conformamos con la cultura del hojeo. Deprisa, deprisa, hasta distraernos hasta el agotamiento del que nos alerta Maggie Jackson.
Pero con tanto excedente cognitivo liberamos energía para el flujo social, la comunicación, la participación y los contenidos compartidos. Esa es la piedra filosofal por donde comenzar a reinventar el negocio de la información, obligado a sostener sus valores tradicionales pero ha cambiar las organizaciones y la comercialización.
Lo que no vale es achicar o privatizar el espacio público, como pretenden algunos, cobrando por enlazar para atrapar a los surfistas. Porque así se ahoga esa democracia que tanto defienden Cebrián y el resto de periodistas y editores. Sin servicio público y democracia no hay periodismo.
Otra cosa es cobrar por sus productos. Todos tenemos derecho a vivir de nuestro trabajo. Vale la pena analizar las vueltas que medios como The New York Times le están dando a su modelo de pago para no acabar con los sufistas ni con las muchas personas que llegan y valoran sus contenidos por un tuiteo, una recomendación en una red social o las ventajas de buscar en Google.