La responsabilidad de los medios crece con el descrédito de los partidos y la clase política. La ciudadanía apela al periodismo para el control de los políticos y el poder. El 46% de la población confía en los medios para controlar al gobierno, por encima de la oposición y el resto de instituciones, según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
La oposición y el control del poder están en los medios, por vocación y falta de alternativa. Los ciudadanos buscan en el periodismo lo que no encuentran en la oposición y en un sistema político que proponen revisar y reformar. Dos tercios de los ciudadanos condenan la situación política y casi uno de cada cinco lo considera uno de los principales problemas del país. Hasta tal punto que la insatisfacción con el funcionamiento de la democracia roza la mitad de los encuestados.
El poder está en la banca, el gobierno y las grandes empresas. Una visión realista de los males del supercapitalismo –la privatización de la democracia y su control por los poderes económicos, en palabras de Robert Reich- y su abolición de la división de poderes tradicional. Los medios aún son el cuarto poder para los ciudadanos. Y el único que la población percibe de su lado, o al menos útil para limitar los abusos de otros.
Medios y periodistas están obligados a no traicionar esa confianza. Ambos suelen abusar de la importancia de su función como vigilantes del poder. Pero es su deber y el público lo reclama. En la baja nota de credibilidad de los medios está su condena y el reproche democrático contra sus debilidades: la sumisión a los poderes que les ayudan a sostenerse económicamente y el exceso de partidismo.
Los ciudadanos perciben que con una clase política tan devaluada como la actual, la presión mediática es eficaz. No hace falta siquiera buen periodismo, los políticos son demasiado dependientes de la opinión. Cuanto peor es el político, más preocupado está por las sentencias de los diarios y las tertulias, amplificadas por internet y las redes sociales.
La nota de los medios es baja. Pero la calificación de los demás no redime de los males propios. Falta periodismo de calidad y los ciudadanos lo reclaman sin preocuparse de las estrecheces del nuevo negocio de la información y del impacto de la crisis en los medios. Miden el resultado, como es lógico, no los problemas del coro de mendicantes de la crisis de la información.
Por primera vez en años, la función democrática del periodismo es discutida en todo el mundo. El debate sobre cómo sostener la información de calidad impulsa el respaldo a los medios públicos, el periodismo sin ánimo de lucro o el patrocinio de medios independientes y de calidad. Crece la fractura entre la confianza de la audiencia en medios públicos como RTVE o TV3 mientras baja en otros autonómicos y en los sensacionalistas y banales telediarios de las televisiones privadas.
En esa función de control del poder hay algo que los medios no deberían olvidar: cuando se cruza la raya entre información y partidismo, entonces la mejor opción es presentarse a las elecciones. En las urnas, no en el kiosco.
Columna en Estrella Digital