“Wikileaks está publicando sin temor hechos que necesitan ser hechos públicos (…). Las sociedades democráticas necesitan medios fuertes, y Wikileaks es parte de esos medios”. Son las palabras de Julian Assange, fundador de Wikileaks. El responsable de la mayor filtración de la historia –al menos en cantidad, aunque algunos datos del cablegate ya fueran conocidos- ha sido detenido en Gran Bretaña por una sospechosa acusación de abusos sexuales en Suecia.
El conflicto entre la libertad digital y los poderes convencionales estalla, y muchas empresas digitales se unen a la persecución contra la ciberrebelión.
El poder aumenta su acecho legal y las presiones para ahogar el funcionamiento de Wikileaks. El gigante del comercio electrónico Amazon dejó de alojar la web en sus servidores, la empresa de pagos en internet PayPal se niega a recibir donaciones en su cuenta y Visa suspende los pagos a la organización. Todos se dan cuenta de repente de la violación de los términos de la letra pequeña de sus contratos.
Crece el asedio a Wikileaks después de los ataques a sus servidores y de su necesidad de contar con otros (mirrors) para sostener su actividad.
El poder tradicional y el control 2.0 fustigan a la web que ha revelado los secretos diplomáticos o los abusos de las tropas norteamericanas en Irak o Afganistán. Cuando la libertad de los ciudadanos de todo el mundo aumenta gracias a las herramientas digitales, los gobiernos, los grandes grupos de presión y las multinacionales se alían para recortar las libertades.
Es la paradoja del control 2.0: cuando internet y las redes sociales se han convertido en el nuevo espacio público de la democracia, los datos y la actividad de los usuarios están cada vez más privatizados en manos de grandes empresas.
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