Doug Clifton, director de The Cleveland Plain Dealer, es uno de los primeros asustados por la persecución de los jueces federales y el gobierno de George W. Bush contra el secreto profesional, que ha acabado con la reportera del New York Times, Judith Miller, en la cárcel por negarse a revelar sus fuentes.
Clifton confesó el jueves pasado en su blog que tiene dos noticias que no publicará porque se basan en documentos filtrados y no se quieren arriesgar a una demanda de los juzgados que acabe con las fuentes traicionadas o con los reporteros en la cárcel.
No se publicarán informaciones veraces por el temor a una posible amenaza futura de un requerimiento judicial. Eso es lo que dice el director del diario.
Es la perfecta excusa para olvidarse del periodismo y hacer sólo relaciones públicas y esa masa informe llamada comunicación, que practican tantos grandes medios. La coartada para convertir al diario en la imagen de un mundo feliz rodeado de anuncios y notas institucionales. Quizá con un poco de opinión enbanderada, que es barata, fácil y no suele dar problemas legales o, como mucho, se tapan con un puñado de cuartos.
¿Les suena? Así son ya muchos medios. Es lo que se ha dado en llamar periodismo convocado (por las fuentes institucionales) y periodismo corporativo (una rama de las relaciones públicas disfrazada de información).
La ofensiva de la Casa Blanca contra la información da resultado. Estados Unidos se llena de directores y editores blandos, que miran más a las hojas de cálculo que a lo que cuentan las columnas tipográficas.
Hace 30 años diarios como The New York Times, que ahora defiende a su reportera sin fisuras, emprendieron la batalla para publicar los Papeles del Pentágono y ganaron.
Entonces nadie pudo parar las informaciones sobre Watergate de The Washington Post.
Y ahora un soplo de un manipulador político, Karl Rove, aventado por un columnista avieso, Robert Novak, para castigar a Valerie Plame, la esposa espía de un embajador que denunció las falsedades de las armas de destrucción masiva, lleva a una reportera amiga de usar indiscriminadamente fuentes anónimas a la cárcel y el periodismo se muere de miedo.
¿Se acuerdan los periodistas pusilánimes de los orígenes y los valores de su profesión? ¿De sus compañeros que se juegan la vida en las guerras? ¿De quiénes afrontan cárcel, tortura y muerte para denunciar regímenes totalitarios y corruptos?
No se acuerdan. En España algunos colegas quieren poner a la profesión bajo la égida de los políticos y en Estados Unidos se cagan de miedo por una persecución abusiva e injusta contra la que todos los medios del país deberían estar haciendo campaña todos los días, denunciando las falsedades, abusos y maniobras del ejecutivo, que pasa por encima de la tradicional separación de poderes en la reinterpretación neocon de cómo deben ser las cosas.
Editores y responsables periodísticos norteamericanos se debaten en la duda. Otros comienzan a recordar que no siempre hay que respetar el secreto de las fuentes.
Existió un tiempo en el que las empresas periodísticas tenían un abogado de cabecera, el mejor, para torear a los jueces. Tenían entonces un fondo destinado a hacer frente a las responsabilidades legales de la información.
Hubo un tiempo que toda la profesión aullaba como una jauría contra quien atentaba contra los mínimos principios que garantizan el derecho del público a la información.
Ahora esta profesión se muere de miedo por unos días en la cárcel y por unas cuantas togas persecutorias.
¡Que se dediquen a las relaciones públicas!
P21 | Fuentes de destrucción masiva
P21 | Lecciones de un gran encubrimiento