Judith Miller, reportera de The New York Times, va a la cárcel por no dar al juez el nombre de una fuente confidencial que nunca usó para escribir un artículo sobre Valerie Plame, la espía casada con un embajador norteamericano que denunció la falsedad de las armas de destrucción masiva.
Otro reportero, Matthew Cooper, de Time, corría el mismo peligro, pero su empresa decidió colaborar con el juez sin su consentimiento y el propio reportero anunció a última hora que su fuente confidencial le había eximido de respetar el secreto, por lo que puede identificarla ante el jurado.
Robert Novak, el columnista republicano que reveló el nombre de la agente de la CIA no está encausado. Karl Rove, el asesor presidencial arquitecto de los éxitos electorales del presidente Geroge W. Bush está señalado como la fuente que hizo estallar el escándalo.
Repasemos:
Una reportera cercana al Pentágono y decisiva en la difusión de las falsas informaciones sobre las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein acaba perseguida y encarcelada por conocer la identidad de una espía que con su marido embajador denunció en el periódico de la reportera las maniobras de la Casa Blanca.
El presunto soplón es Karl Rove, gran fontanero de Bush y spin doctor oficial, que denunció a Valerie Plame ante dos reporteros mientras un columnista republicano divulgaba la identidad de la agente.
Posteriormente se nombra un fiscal especial para perseguir a los reporteros y que no respeta la confidencialidad de las fuentes que sí admiten 49 estados de la unión.
Una gran maniobra política llena de informaciones interesadas que acaba en un nuevo escándalo de manipulación de la justicia y en una nueva amenaza para el derecho a la información.
Muchos no se creen la inocencia de Judith Miller debido a su anterior entrega a las fuentes anónimas de un solo signo. Y tienen bastante razón.
Pero las grietas en las más básicas herramientas y principios del periodismo suelen acabar en simas de la democracia donde se hunden los derechos de los ciudadanos bajo la enorme piedra apisonadora del poder.
The New York Times defiende a su periodista y en su editorial se leen reflexiones interesantes:
Orgullo periodístico por defender una vez más el derecho a la información frente al poder, como hicieron otras veces. Niegan que Miller se sitúe por encima de la ley y aseguran que defiende sólo el derecho "a la desobediencia civil" y el convencimiento de que el bien común es mejor defendido a menudo por los ciudadanos privados que por el poder y las leyes injustas.
Los editorialistas se sorprenden de la decisión de Time de colaborar con la justicia sin respetar la voluntad de su reportero. La revista se justifica por la maniobra política que subyace en la denuncia de Valerie Plame, pero el Times piensa que los periodistas tendrán que preocuparse en adelante de los poderes externos y de sus propios jefes, un escenario perverso que tan bien conocen muchos profesionales.
El editorial reconoce que las fuentes anónimas deben usarse sólo para casos de verdadera entidad y comprobando siempre sus informaciones. Judith Miller no es un ejemplo de esa recta conducta y su pena es casi un juicio divino contra sus anteriores actos. Un castigo con la ironía de que esta vez no había escrito nada. Sólo el diablo puede ser tan artero.
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