Thursday, May 27, 2004

Nueva expiación de The New York Times


El New York Times está dispuesto a ser el mejor y más transparente diario del mundo. El periódico entona hoy un mea culpa por sus distorsiones informativas sobre las causas de la invasión de Irak.
El Times publicó decenas de informaciones sobre la existencia de armas de destrucción masiva (WMD, en su siglas inglesas) insuficientemente contrastadas y fiándose de fuentes interesadas y manipuladoras.
Una nota de los editores asume todos los errores como propios y no dispara contra los redactores más conspicuos en el error.
Otra demostración de cómo un diario debe defender a sus profesionales, aún cuando se hayan equivocado.

El Times asume que toda la cadena informativa ha fallado, desde los redactores hasta los editores. No se contrastaron suficientemente las informaciones, que provenían de fuentes interesadas y poco fiables, y falló todo el sistema de verificación de la información.
El experimento de los empotrados y las estrechas conexiones con alguna fuentes son otros factores de riesgo.
En su descarga, el diario acusa al gobierno de George Bush y a los servicios secretos de engañar a los informadores.
El director Bill Keller define la nota del diario "como una explicación" a los lectores. "No es una disculpa", aclara, por lo que cree que no será suficiente para los críticos de la línea informativa del periódico.
El error informativo del Times es más llamativo al tratarse del diario norteamericano que ha sido editorialmente más crítico con la política de Bush y la guerra de Irak.

Los responsables del diario global no quieren repetir nunca otro caso Blair, el mayor oprobio de su historia, que acabó con el reportero fraudulento escribiendo libros sobre sus vesanías y los dos responsables de la información, el director y el director adjunto del diario, Howell Raines y Gerald Boyd (el primer negro en llegar a este puesto), en la calle.

The New York Times publica hoy la historia de por qué mintió a sus lectores sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. La razón alegada por Bush y el grupo de las Azores (Tony Blair y José María Aznar) para invadir el país y deponer al dictador Sadam Hussein.
El origen del escándalo está en la cercanía de algunos reporteros del Times, en especial Judith Miller, empotrada durante la guerra en una unidad militar especial encargada de buscar las armas, y Michael R. Gordon, corresponsal de defensa, fichado especialmente para la cobertura de la invasión, con fuentes tan poco fiables como Ahmed Chalabi, el iraquí más cercano al Pentágono y ahora cabeza de turco para limpiar la actuación de Bush y los neocons antes de las elecciones de noviembre.
Chalabi, ex banquero chií acusado de fraude en Jordania, fue durante muchos años el vínculo del Pentágono con los exiliados anti Sadam. La Casa Blanca apostó por él y por su fuerza política, el Congreso Nacional Iraquí, para regir el futuro tras la liberación.
El rechazo del resto de la oposición lo hizo imposible. Pero Chalabi, destinatario de millones de dólares norteamericanos, no está acostumbrado a perder, mordió la mano de sus pagadores y ahora sufre una fuerte campaña internacional de desprestigio.

Con esta penitencia pública, producto de los criterios adoptados tras el escándalo Blair, el Times sale al paso de las críticas que ya empezaban a ser un clamor.
El pasado febrero los errores de cobertura y las manipulaciones transmitidas por el diario de los Sulzberger fueron puestas al descubierto en un artículo de The New York Review of Books firmado por Michael Massing.
El artículo acusaba a Miller y Gordon de todo lo que la expiación del Times reconoce: fiarse de Ahmed Chalabi y de otros exiliados iraquíes conspicuos conspiradores para ofrecer a la Casa Blanca y el Pentágono (Ministerio de Defensa) los argumentos necesarios para invadir Irak.

El reconocimiento del Times alegra también a Jack Shaffer, el columnista de Slate que reiteradamente ha denunciado las ligazones de Miller con Chalabi y su empeño en convencer a los lectores del Times de las tesis del Pentágono basadas en los exiliados iraquíes y no en la realidad.

Judith Miller, empotrada en la unidad especial que rastreó los palacios de Sadam para encontrar las famosas armas de destrucción masiva, aportó cotidianas evidencias luego desmentidas y que enojaron a Hans Blix, el antiguo jefe de inspectores de Naciones Unidas, hasta el punto de denunciar públicamente las mentiras y manipulaciones de la búsqueda de las armas fantasmas.

Historias como la publicada por Gordon y Miller sobre unos tubos de aluminio que serían empleados para armamento fueron puestas en duda por expertos como David Albright, un físico ex inspector de la ONU y director del Instituto para la Ciencia y la Seguridad Internacional, para el que incluso trabajaron algunos iraquíes que llegaron a ser fuentes de los chicos de Donald Rumsfeld y de los reporteros del Times, como el científico iraquí Khidhir Hamza, desertor del régimen de Sadam.
"La Administración Bush creó un cartel de mentiras y las puso en un muro para mantener a la gente mirándolas. Al otro lado del muro había otros disintiendo de esas mentiras, pero los medios no fueron suficientemente agresivos para desafiarlas". Afirma Albright en el artículo de la NYRB citado.

Un mes antes, Kenneth M. Pollock, uno de los analistas de defensa del equipo de Bill Clinton y autor de Threatening Storm: The Case for Invading Iraq, un libro muy influyente, contaba en The Atlantic el entramado montado por la administración Bush para justificar la guerra.
Pollock denunciaba las maniobras del Iraq Survey Group, encargado de encontrar pruebas de la existencia de armas de destrucción masiva y que paulatinamente fue emitiendo informes que desmentían la operatividad del supuesto arsenal de Sadam Hussein. Las armas no eran operativas gracias a las inspecciones de la ONU.
Los planes de Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz y Richard Perle por los suelos. El halcón se volvía paloma.
Pollock insistía en la conexión entre la Oficina de Planes Especiales (Office of Special Plans, OSP) del Pentágono y los medios para desinformar a la opinión pública y revelaba conexiones con columnistas de The Washington Post, The Wall Street Journal y otros.
La OSP fue montada por Rumsfeld y los neocons para difundir informes de inteligencia que sustentaran sus propósitos.

El hombre que mejor ha contado el entramado negro del gobierno de George Bush Jr. lo había denunciado en un famoso artículo de mayo de 2003 en The New Yorker.
Inteligencia selectiva es el relato de cómo Rumsfeld y su ayudante Paul Wolfowitz, uno de los líderes intelectuales de los neoconservadores, montaron la Office of Special Plans para asegurar su visión del mundo.
La principal fuente de la OSP era, ¡sorpresa!, Ahmed Chalabi.
Vale la pena releer este artículo ahora que el héroe iraquí ha pasado a ser un villano al servicio de Irán.

The New York Times ha escuchado las críticas, aunque algunos piensen que tarde. Las asume y denuncia los fallos en la cadena informativa siguiendo las recomendaciones del Informe Siegel, resultado de un grupo de trabajo que analizó la cultura y los procedimientos del diario tras el escándalo Blair.
El que yerra paga, pero pocos lo hacen con la sinceridad --y, desgraciadamente, frecuencia-- de la Vieja Dama Gris.

The New York Times | From the Editors: The Times and Iraq
The New York Review of Books | Now They Tell Us
The Atlantic | Spies, Lies, and Weapons: What Went Wrong
The New Yorker | Seymour Hersh | Inteligencia selectiva
Slate | Mini Culpa
Boston Globe | Times acknowledges Iraq coverage flaws
Periodistas 21 | La gran traición de The New York Times
Periodistas 21 | Crisis de liderazgo en el New York Times