La conmoción creada por la publicación de las caricaturas de Mahoma ha desembocado en un episodio más de la guerra de civilizaciones en las que los integristas e intolerantes han encontrado munición lastimera, surgen los peores brotes de la debilidad de cierto multiculturalismo y también palabras de verdad y sensatez (Jean Daniel) ante tanta manipulación y exageración.
Mientras el mundo musulmán anda soliviantado, el Tribunal Constitucional protege la libertad soez y de mal gusto de un joven sevillano para usar imágenes de la Vírgen, lo que algunos consideran una ofensa.
Y el año pasado los jueces aceptaron las disculpas del creador del videojuego Matanza Cofrade y le absolvieron de los cargos presentados contra él por tres cofradías sevillanas. Arrepentimiento y un poco de seso, dijeron los magistrados, y acabó la penitencia.
La libertad de prensa y expresión no se negocia. Lo explica con mucho acierto Agnès Callamard, director de Artículo 19. Argumenta que es la libertad de expresión la que asegura la democracia, y eso incluye lo equivocado y lo ofensivo, porque somos humanos, no ángeles. "Las leyes contra la blasfemia -explica- protegen las creencias y se oponen a la gente. Las restricciones a la libertad de expresión que privilegian ciertas ideas no pueden ser justificadas" y concluye pidiendo sensatez, respeto y una decidida oposición a la intolerancia.
Juan Pedro Quiñonero nos recuerda con precisión y tino que no existe una opinión pública musulmana por falta de ilustración y libertad. El periodista señala que la "piedad también está al servicio, si no está siendo manipulada, de unas bandas de asesinos y de Estados que pretenden perpetuar la pobreza y la ignorancia de sus súbditos".
Por ahí es donde se pierden los defensores del multiculturalismo y el contexto que, sin embargo, aciertan cuando defienden la libertad de expresión. Cuando recuerdan las normas del "gusto, la ley, la convención" se olvidan de que para cambiarlas, fin loable como la historia demuestra, hay que criticarlas y a veces incluso reventarlas.
Si no se hace, el contexto se vuelve dictadura e impide la evolución de las ideas, las mentes, las personas, las sociedades y sus normas.
Es comprensible la queja de hasta los más secularizados de los musulmanes europeos, pero no su falta de autocrítica a sus propias ideas y convicciones, y sobre todo a cómo se manipulan por los integristas. La denuncia de los fascismos y la intolerancia religiosa y de costumbres europeas debe ser igual de contundente con la islámica, ni más ni menos.
El uso de la imaginería religiosa (con devoción, por fascinación estética o como sátira) es un elemento clave del arte y la estética en Occidente, aunque no en el mundo musulman. La crítica y la sátira son elementos insustituibles para el pensamiento y la libertad y la historia occidental lo demuestra, de los traviesos iluminadores de los libros medievales al dios esquemático del dibujante Máximo.
En el Islam las corrientes secularistas y defensoras del pensamiento individual han sido aplastadas por el oscurantismo de los integristas. En Al Andalus y bajo el califato de los Omeyas había más pensamiento libre de ataduras integristas que el que ahora se ve en muchos países.
Varias campañas publicitarias en Italia o Francia fueron retiradas por la presión de grupos religiosos y las denuncias son constantes en toda Europa. A los píos les parece bien y a los demás nos agrada más la libertad, que dice mucho de quien la usa bien o mal.
Respeto siempre, silenciamiento nunca. Y miremos nuestro propio ombligo: el ordenamiento español garantiza la libertad de creencias y su práctica, condena a quienes violentan los templos, el escarnio de las creencias y ritos, y la falta de respeto a los muertos. O sea, libertad, respeto y sentido.
La libertad de expresión tiene límites, por supuesto, siempre en otros derechos. Pero muy pocos, porque sin ella es difícil la democracia y una auténtica libertad de pensamiento.
¡Y qué sería de los creyentes sin ella! La historia se lee a la luz de las hogueras.
P21 | Criticar a dios (con cuidado)