La vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, está preocupada. Fernando Moraleda, secretario de Estado de Comunicación, desolado, y los funcionarios de Moncloa hartos del escándalo generado por una Agenda de la Comunicación que por primera vez en 25 años ha provocado las protestas de casi todos los medios, primero los tradicionales y ahora los digitales (1, 2, 3...), finalmente excluidos de la edición de este año.
Pero no son las únicas ausencias, faltan también otras empresas e instituciones como agencias de relaciones públicas, ayuntamientos de menos de 50.000 habitantes o instituciones religiosas, que otros años aparecían.
En la prensa digital se señala con dedo acusador a Moraleda, pero el problema viene de antes, cuando estaba al cargo de la Secretaría de Estado de Comunicación Miguel Barroso. Barroso llegó a Moncloa con mañas de ejecutivo y se encontró con cosas como la Agenda, que había llegado a ser un tocho, según él inmanejable, según otros, valiosísimo como referencia de las instituciones y medios del país. Pero pensó que España había cambiado y estaba llena de agendas, empresariales, de relaciones públicas, autonómicas, etc.
Y decidió plantear la nueva edición con carácter meramente institucional: fuera medios, fuera empresas, fuera direcciones no gubernamentales, autonómicas, etc.
Los grandes medios repararon en que nadie les había enviado la hoja de confirmación de datos que los responsables de la Agenda suelen enviar todos los años y preguntaron. El terremoto fue mayúsculo y con la edición en imprenta se metieron a toda prisa los medios cuyos datos estaban plenamente confirmados. Fuera quedaron los más volátiles, de creación más reciente y todas las instituciones y organismos que requirieran contraste y actualización de datos.
Se tiró por la calle de en medio, vamos.
La Agenda de la Comunicación 2006 es un catálogo de ausencias. Pero Fernández de la Vega y Moraleda ya están montando una reunión para planificar la próxima edición, mejorada y ampliada, como corresponde.
El sofoco ya no se lo quita nadie, el enfado a los ausentes, tampoco. Por ahora algo se podría solucionar si se fuesen llenando los vacíos en la edición en internet.