Los datos adelantados del informe sobre la sociedad de la información de la Fundación Telefónica vuelven a mostrar que internet es cada vez más un mercado de hiperconsumo. La sociedad del ocio aplasta a la de la información y el conocimiento.
Los usuarios con rentas más altas descargan más porque también son los mayores consumidores. Un tercio de los usuarios con rentas de más de 2.700 euros por hogar descargan contenidos frente a un 28% de media y un 21% de aquellos con ingresos inferiores a 1.100 euros.
El consumo alimenta más consumo. El hiperconsumo confía en el criterio P2P para satisfacer sus gustos y responder a la presión social por estar a la última cuando la identidad se define en gran parte por las afinidades electivas y los contenidos que se comparten: la clave de la economía de la afectividad digital.
En ese hiperconsumo anida una fuerte brecha digital. Las mujeres tienen una visión de internet más utilitaria que los hombres, volcados al entretenimiento. Y como dice Evgeni Morozov, internet aumenta más el poder de los más ricos frente a los más pobres.
Las mujeres son mayores productoras y comparten más contenidos, frente a la tendencia más consumista de los hombres. Una brecha que se repite estudio tras estudio.
Como en los microcréditos y cuando se busca aumentar el desarrollo en situaciones de falta de conocimiento o recursos tendremos que confiar en las mujeres para desbrozar y aprovechar mejor el mundo digital.
El mayor peligro para la sociedad de la información es conformarse con una sociedad del entretenimiento. Volver a convertir internet en una televisión, como está ocurriendo con la audiovisualización digital de todos los medios y de la propia red.
En esa deriva aparece la privatización de la identidad y el espacio público, fundamentalmente a través de las redes sociales y el cloud computing, como una nueva feudalización donde empresas y grupos de interés fragmentan lo común e imponen un vasallaje agradecido de los usuarios a cambio de las herramientas y contenidos de la sociedad del ocio.
Un quiebre en la democratización de la sociedad y en la ampliación de lo público aprovechada por los grupos de poder y económicos para convertirse en los dueños del control 2.0.