“Podéis censurar. Podéis hackearnos. Pero no podéis pararnos para que dejemos de escribir”. La protesta de Lina Ben Mhenn, una bloguera tunecina, se oye en el ciberespacio de la revuelta en el país magrebí. Los ciudadanos, periodistas y ciberactivistas ya estaban acostumbrados a la censura en Túnez, pero en los últimos días les ha sorprendido el robo de su privacidad, de sus cuentas en Facebook y otras redes sociales para someter su rebelión.
Zine el Abidine Ben Ali, el derrocado dictador tunecino, se arrepentirá desde su exilio de Arabia Saudí de aquellos días de noviembre de 2005, cuando la Unión Internacional de Telecomunicaciones acordó en Túnez la Agenda para la Sociedad de la Información a favor del desarrollo y contra la brecha digital. Entonces el régimen abrió un poco la mano y pensó que los servicios secretos, como en tantos países autoritarios –y en algunos democráticos-, podían mantener el control del ciberespacio y la sociedad.
Pero el dilema del dictador sobre cómo beneficiarse de la economía global mientras se mantiene la dictadura política ha sido respondido por sus ciudadanos con la revuelta del último mes.
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