A Cristina Kirchner no le gusta que le lleven la contraria. Tampoco que la critiquen. La crisis provocada por su gobierno en Argentina desde el enfrentamiento con los productores agrarios ha desembocado en un enfrentamiento con la prensa. Para no variar.
Desde la crisis de la caricatura, la presidenta y el peronismo encabezado por su marido y ex presidente Néstor se han lanzado contra la prensa con la que tan bien se llevaron en la primera presidencia K.
“Todos saben lo que cuesta poder ver un partido de fútbol al que tiene la suerte de poder pagarse un cable, que además ha aumentado en forma considerable, con una posición casi dominante en el mercado”, llegó a decir la presidenta para justificarse ante las críticas por la inflación. Y olvidó que su marido permitió la concentración del cable en manos de Clarín un año atrás.
Pero las fidelidades cambian. Como la política.
Adepa, la patronal de la prensa, protestará de nuevo mañana por el acecho del gobierno y su prisa repentina en revisar las leyes que la afectan.
Adepa ha defendido a Clarín y denunciado la campaña de amenazas piqueteras, comandos mediáticos, carteles y espionaje del gobierno.
Pero la terapia K contra la prensa es persistente. Las dinastías democráticas son implacables (pregúntele a Hillary).