Tuesday, July 15, 2003

Un director tranquilo


Bill Keller estaba seguro en 2001, lo conseguiría. Cuando Joseph Lelyveld acabase su mandato, él sería el nuevo director de The New York Times. Lo tenía todo: era director adjunto, había pasado por las oficinas del extranjero –Moscú, Sudáfrica– y había conseguido un pulitzer por su cobertura de la caída de la Unión Soviética, había trabajado en Washington, ¿qué más se podía pedir?
Howell Raines era el contricante, pero ¿cuáles eran sus bazas? Un periodista sureño tocado con un sombrero panamá y querencia por el estilo. Un hombre encerrado en la décima planta (opinión y editoriales) desde 1993. Un hombre que había estado saliendo y entrando del periodismo para escribir libros a causa de su sueño de ser como aquellos escritores, John Steinbeck, Ernest Hemingway, que había leído en la infancia gracias a su madre. Todavía hoy Raines repasa El viejo y el mar de cuando en cuando.
Tenía un pulitzer, ¿y qué? Keller también. Despertó al periodismo cuando cuatro chicas negras fueron asesinadas y se empeñó en la lucha por los derechos civiles, ¿qué pinta eso en Nueva York? Abe Rosenthal había leído las novelas de Raines y dijo: "Quiero a este chico en el periódico". Eso es como si te toca el dedo de Dios. Y algo así sintió el joven sureño cuando llegó al Times.
Pero Keller era el favorito, del director que se retiraba, de la redacción, de la nueva administración recientemente instalada en la Casa Blanca. Bill era un tío popular. Howell, no, excepto por esos sureños entregados a la pluma que se habían apoderado de las corresponsalías nacionales del diario.
¿Qué se podía esperar de un tipo que admiraba sobre todo al Oso Bryant, un entrenador de béisbol? Los héroes de Keller son Nelson Mandela, el inspirador de la Suráfrica post apartheid, y Andrei Sajarov, el científico disidente soviético que abrió los ojos del mundo a la perestroika.

Pero Arthur Sulzberger Jr. apostaba por un cambio, quería convertir al Times en la mejor fábrica de información del mundo, expandir el diario a todos los continentes y desarrollar los negocios de televisión y nuevos medios. El editor había pasado toda su vida rodeado de los mitos clásicos de la calle 43. Scotty Reston, el hombre que inventó el news analysis; Abe Rosenthal, el director omnisciente y que más tiempo ha estado al frente del diario; Max Frankel, el gran impulsor de la renovación de la Vieja Dama Gris. Sí, la redacción necesitaba un cambio.
En 1992, cuando Arthur Sulzberger Jr. había sucedido a su padre "Punch" Sulzberger al frente del diario, la página de opinión estaba marcada por William Safire, uno de los columnistas más prestigiosos y quizá el más conservador que había tenido nunca el Times.
El joven editor, criado en las manifestaciones contra Vietnam uniéndose en sigilo a Los ejércitos de la noche, necesitaba un cambio. Raines creció en las agitaciones de los sesenta, era profundamente "liberal" -en sentido americano– y tenía el viejo espíritu de los muckrackers, los periodistas que lucharon contra la dominación del país por las grandes compañías, denunciaron los abusos policiales, se opusieron al macartismo y más tarde descubrieron las mentiras de Vietnam.
Aquel sureño orgulloso era el tipo que el joven Sulzberger necesitaba. Comenzó el ciclón Raines: contra la corrupción plutocrática de los políticos, contra el maltrato del medio ambiente por las petroleras, contra los abusos de las compañías de seguros con los más pobres, contra los excesos de las grandes compañías y la nueva economía, contra la teoría conspirativa de Oliver Stone en su película JFK.
¿Esto es el New York Times o el Village Voice (emblema de la prensa alternativa)?, fruncían el ceño algunos en el consejo de administración.
Sulzberger preguntó en 2001 a Raines qué haría si llegaba a director. Era la pregunta que había estado esperando desde 1992. La tenía preparada:
"Revivir la primera página con más noticias propias y exclusivas. Acelerar el metabolismo competitivo de la redacción. Hacer crecer la edición nacional para convertirla en el principal vehículo de desarrollo del diario. Extender la cooperación activa para llevar el sello de nuestro periodismo de calidad a la web y las televisiones".
Gloria para los oídos del editor. Howell lo sabía. Sabía que iba a ganar.
Cuando Sulzberger Jr. hizo la pregunta a Keller, la respuesta fue: "Continuar la obra de Lelyveld, desarrollar un estilo horizontal de dirección que reduzca el staff y aclare sus responsabilidades". El recién nombrado director habló también de construir una "redacción feliz" y aumentar la cobertura de cultura popular.
El buen Bill perdió frente al ciclón Raines. Sulzberger quería cambiar el diario y no vivir a la sombra de su padre, el editor más longevo del Times. Despejar las dudas de quienes se reían de sus tirantes de estudiante inglés y de su aspecto aniñado.

Fue demasiado para el Times y para la redacción. En la tradición de los grandes demócratas del sur –Woodrow Wilson, Lyndon B. Johnson– Raines instauró la autocracia porque la redacción no seguía un paso que él no quería aminorar. El problema no fueron las mentiras de Jayson Blair. Lelyveld también se equivocó cuando atacó a un científico nuclear de origen chino, Wen Ho Lee, como presunto espía. El problema es que la redacción perdió el paso, Raines se enquistó en su idea del diario y la tormenta ya era innavegable.
Bill Keller puede retomar su idea de "dirección horizontal", un grito de guerra más tranquilo que el "inundemos la zona" de su predecesor.
"Esta redacción conoce muy bien a Bill Keller. así que tengo poco que decir excepto esto: Bill y yo sabemos que liderará al mejor grupo de gente que se pueda encontrar en la prensa", proclamó ayer el editor en el anuncio a la redacción del nombramiento.
La consigna es tranquilizar a la redacción y restituir su confianza: Keller debe ser el pacificador. Y tiene asumida su tarea:
"Lo primero que se espera de los nuevos directores en una ocasión como ésta –dijo ayer al dirigirse a la redacción– es reconocer su deuda con la tradición. Este año ese ritual tiene más poder que el habitual porque es nuestra tradición, la tradición de valentía, imparcialidad, inteligencia e integridad, la que nos sostiene en los malos tiempos".
El discurso de Keller define su plan de acción y proclama su voluntad de volver a la tradición del Times:
"Mis predecesores me han legado una gran suma de talento como ejemplo, pero también valores e ideales. El primero de esos valores es lo que Abe Rosenthal llamó 'mantener el diario derecho', y lo que Max Frankel definió como 'nuestra pasión por la justicia'.
Últimamente habéis oído la acusación de que los estándares se han relajado, que la parcialidad ha corrompido la cobertura de las noticias. Creo que las acusaciones son infundadas.
Muchos de vosotros participáis en la revisión de nuestros procesos de trabajo y en salvaguardar nuestra preciosa credibilidad, Eso es bueno. Pero recordad que un poco de introspección es un tónico, demasiado es un veneno".
Anunció que no habría purgas ni cazas de brujas y contradijo expresamente a Raines:
"El diario mejora con la iniciativa de sus periodistas, al menos tanto como lo hace con la inspiración de sus líderes. No podemos trabajar todo los días como si tuviésemos una misión inacabada. Hay noticias que demandan un rayo, pero otras que requieren paciencia, trabajo en equipo y artesanía".
Un hombre tranquilo dirige el Times.