Monday, November 27, 2006

Nos faltó la poesía

Los cantautores siempre me han parecido un coñazo. Tremendo (soy de la generación del rock y los imperdibles). Una obligación de la Transición. Ya, listo. Babelia recupera los 50 años de la canción de autor al hilo de la música de Paco Ibáñez para una letrilla de Góngora.
¿Y el resto de las canciones? ¿No tienen autor?
Los cantautores -hasta los buenos- son un peso heredado de la política y el fin de la dictadura. Y hasta ahora. De la poesía social y la literatura comprometida a las letras con mensaje. ¡Coño! ¡Cómo si fuera el único mensaje entonable!
50 años. Hubo un tiempo en el que valió la pena. Al alba de Aute y alguna cosa más. El resto, una pesadez.
Quienes nos chutamos pop y rock nunca nos sentimos muy identificados. Pero en esta supervivencia de la nova cançó tiene mucho que ver la poesía.
Ellos la tuvieron. El rock español, no.
Los cantautores se apropiaron de la poesía social de la posguerra y construyeron himnos, estética, sentimiento e ideología para unir a un par de generaciones. Gente de pueblo, sin urbanizar. Gente sin raíces que caía en la canción y el folk cuando se les hacía extraño el desarraigo.
40 años en el limbo. Para cuando despertamos el punk había devorado la educación sentimental de la contracultura, el beat y los sueños lisérgicos.
Electrificados y agotados de tanto lamento. En el rock y el pop español de los 80 en adelante faltó la poesía. El puñal verso contundente. La herida abierta. No el pringue de los dedos de tanto lirismo repetitivo.
Faltó incluso la literatura, a pesar de alguna novela y algunos autores, de Manuel Rivas (primeros versos y las vacas) y Suso de Toro (Tic-tac), a Benjamín Prado o Juan Bonilla (postrero).
El pop y el rock en España son ágrafos.
Repasas la Movida, primer estallido pop tras la candidez forzada antes por la dictadura, ahora que también se la recuerda, y surge música (con buenas letras de Radio Futura, Nacha Pop, Parálisis permanente o Paraíso), cine (Trueba, Almodóvar) y mucha plástica (Pérez Villalta, Ceesepe, El Hortelano, García-Alix y tantos).
Pero poca letra hecha canción a pesar de que se podía haber bebido hasta el delirio en la generación de los 50. Y se tragaron botellas, pero pocas acabaron en grandes éxitos para el culto en los bares, qué lugares.
Nos faltó una generación beat.
Rescato, casi de memoria (perdón por las ausencias), a Eduardo Haro Ibars, maldito oficial; la loca lucidez de Leopoldo María Panero (todos esos ojos/cubiertos de legañas, como de quien no acaba/jamás de despertar, como/mirando sin ver o bien sólo por sed/de la absurda sanción de otra mirada,/todos vosotros/sois para mí alimento), Ángel Petisme y la ola atlántica, de Rompente (Manuel Romón, Alberto Avendaño, Antón Reixa, todos bajo un riff de Xosé Luis Méndez Ferrín) a la temprana Blanca Andreu.
Hablemos de los caballos padres que nos traerán la muerte
y de la luna de anfetamina
.
[¡Qué hubiera sido de la movida madrileña sin Galicia y Zaragoza!]
Casi todos los postnovísimos eran demasiado culturalistas. Eran malos tiempos para la lírica en nuestros oídos. Hastiados de virtuosos sólo nos gustaba la rítmica siempre hiriente de Keith Richards y Elvis Costello devorando medio siglo de rock en cada esputo de menos de tres minutos.
Para poemas, Patti Smith y las hogueras de Bruce Springsteen al bajar de los paseos del espacio en technicolor de David Bowie.
"La gente de los ochenta nos estamos centrifugando a toda hostia",decía Petisme cuando Luis Antonio de Villena le canonizaba postnovísimo. "Escribir poesía siempre se ha visto un poco hippi". Remataba.
Zas. Guillotina. Mata hippies en las Cíes, gritábamos. ¡Cómo para liarse con versos!
Será una idiotez, pero nos faltó la poesía que ahora intentamos recuperar con voces aún extranjeras y pocas excepciones.