Vivimos la era de la opinión, del famoseo y de la telerrealidad (en la televisión y en la vida normal). Territorio adecuado para el éxito y crecimiento de los cazadores de cabezas, los columnistas de presa, cuya malvada literatura persigue sin piedad a los personajes públicos para hincarles el diente y convertirlos en trofeo de sus escritos.
Para los cortadores de cabelleras todo vale. Se paga igual por políticos que por escritores, activistas sociales o iconos de la telebasura. Importa la sangre, no su calidad ni origen.
Saben que pocas veces el acosado se defiende y cuentan con la protección de la manada. Como los lobos, son valientes en su territorio y desdeñan los ajenos por si otro campeón aparece con mejor mandíbula y más pasión por la sangre.
Apresar a la gente es más fácil que escarbar en las ideas que Ramón Pérez de Ayala denunciaba por confundirse "con la inclinación, el apetito o el antojo", vicios de los asesinos de entrelínea.
Los malos columnistas son rastreadores de faltas humanas, tan abundantes, tan fáciles de atrapar. No les importa la información, el análisis y las ideas de los demás. Devoran sólo las suyas y su propia bilis les alimenta.
La información es difícil. Lo fácil es cazar presas con papel y citar y citar y citar a presuntas o reales autoridades para teñir de valor las armas traidoras. Los columnistas de presa habitan Caína (ese infierno envidioso denunciado por Dante y Quiñonero).
Hugo Young, uno de los más grandes columnistas británicos de finales de siglo, se quejaba porque "no hay héroes en mi vida y mi trabajo" y acusaba a los políticos modernos de "no crear tareas propias del heroísmo".
No es época de grandes políticas. Los políticos profesionales buscan su pervivencia y la de sus vástagos (de partido, intereses y obediencia), así que es fácil atraparlos para los cazadores de cabezas. Son alimento para los carroñeros.
Pero, ¿es ése el columnismo que queremos/necesitamos?
Hablar por hablar es barato y fácil. Vivir pegado al renglón bien pagado y a la tertulia es más sencillo que abundar en la información y las ideas de los otros, sean ciudadanos o dirigentes, y explicarlas, defenderlas o criticarlas con tino, razones y hechos.
Es más fácil desenvainar la pluma o aporrear el teclado con la columna "que uno se saca de la manga", virtud originaria de la crónica literaria, según César González-Ruano. Pero al divino César le importaba más su cartera ("La columna da popularidad. Más difusión y más dinero", palabra de Umbral) que la información, y por eso prefería la crónica abstracta, convertida ahora en personal.
Sus discípulos que tanto lo citan siguen el buen consejo del maestro: "el artículo ideal debe tener una sola idea", y a veces ni siquiera una, basta con cargar contra una víctima, con razón y sin ella.
La política es personal. La crítica, también. Los políticos son malos y sus críticos no son mejores, por mucho que abunden en un cierto humor rencoroso o en la socorrida cita. El partidismo contemporáneo es esquemático e interesado, más dependiente del clientelismo que de las ideas o la ideología, como ya denunciaba Marías, Julián, también citado ahora por su muerte cercana.
Nunca vivimos en España la virtud del news analysis, tan defendido por los anglosajones para ir más allá de los hechos y aumentar la perspectiva. Requiere noticia y contexto, labores de recolección despreciadas a menudo por la estirpe del depredador.
Y así andan algunos (¡bienaventurados los razonables, que también quedan!), a izquierdas y derechas, cazando cabelleras en lugar de alimentar, discutir y promover ideas.