Responsabilidad. Es la mayor carencia de una gran parte del periodismo de estos días. El problema del periodismo, también si es de opinión, no es sólo lo que cuenta o argumenta, sino asumir su responsabilidad y sus consecuencias. Debería, además, ser siempre veraz. Una obligación de la que no está eximida la opinión.
Las palabras no son inocuas. Matan como las balas. Hieren como aquellas espadas como labios de Aleixandre. En una democracia con libertad de expresión no es el poder ni la justicia quien debe vigilar y asumir las consecuencias de la opinión, sino el propio público y los responsables de los medios.
En el cálculo de la responsabilidad y su asunción está la verdadera diferencia entre el periodista y los medios profesionales, y el resto.
El caso Sostres es lamentable no sólo por la polémica generada por un artículo comprensivo con la violencia machista, sino por la hipócrita irresponsabilidad de los responsables de su publicación y de una gran parte del público que lo defiende.
Lo comenta la ministra de Sanidad e Igualdad, Leire Pajín, en su blog: a muchos nos sorprendió hace unos días observar como el maltrato, la violencia y los asesinatos contra las mujeres son una preocupación menor para la sociedad. Del cero al 0,1% en las respuestas espontáneas del último barómetro del CIS.
Con 74 mujeres muertas en 2010 y 17 este año, con jueces remisos a imponer pulseras electrónicas a los maltratadores -la disyuntiva entre libertad y responsabilidad- y con cien mil mujeres con protección policial, el mal es enorme.
Una parte de la sociedad no puede volver la cara. Es responsabilidad de todos denunciar y condenar al maltratador y a quienes lo defienden.
Era buen chico, normal. La frase se repite en los testimonios de los vecinos en televisión entre los llantos por cada muerta sin que los editores de los telediarios se preocupen de su valor informativo, pertinencia y responsabilidad. Sostres la utilizó para titular su artículo.
Es la comprensión de la sociedad. El círculo vicioso de la banalización del mal que muchos comprenden y ante el que asienten, resignados como los confesos hipócritas en el reclinatorio.
Es la comprensión de Sostres hacia un chico malherido por la violencia del desamor. Es la falta de responsabilidad que victimiza al asesino, al maltratador, para extender la sospecha contra la víctima. La arpía escondida en las raíces más profundas de nuestra cultura milenaria.
Es la técnica más antigua de la propaganda.
Los testimonios cándidos de los vecinos y la comprensión de Sostres son el medidor de nuestra hipocresía.
Contra ella, responsabilidad.
Pedro J. Ramírez, asumió ayer una parte al retirar el artículo de la web. "Ayer fallaron nuestros controles. Vuelvo a pedir disculpas", dijo en Twitter.
Tarde e insuficiente. Se lo dijo su redacción, se lo han dicho muchas personas de El Mundo los últimos meses, se lo dice la competencia.
Pedro J. Ramírez sabe a qué juega con Sostres, como lo sabe este polemista.
A mí no me importa Sostres. Coincido con la ministra Pajín. A mí me importa la sociedad inconsciente del significado y las consecuencias de las palabras. Del jolgorio irresponsable, a menudo mentiroso y siempre maledicente e inquisitorio de tantas tertulias televisivas y radiofónicas, de tantos blogs y tuits que se creen ocurrentes cargando contra la políticamente correcto, contra tanta sociedad que sigue sin sentirse responsable y que se escandaliza ritualmente ante el lloro de los huérfanos. Entre los sollozos se sigue oyendo la sospecha contra la víctima.
La redacción de El Mundo le recuerda a su director que ya habían protestado el 17 de noviembre contra la irresponsabilidad y le piden que prescinda de su colaboración. "En contra de lo que sostiene Sostres, en la violencia machista no hay descontrol de la ira. Hay afán de dominación". La redacción del diario explica claramente el origen del cáncer machista.
Y su analogía con el terrorismo es pertinente: "Mientras en este país la apología del terrorismo siga siendo delito, entender un crimen, como afirma Sostres en su columna, debería estar perseguido por la ley".
Recuerdan que las vilezas y exabruptos de Sostres son constantes. Su irresponsabilidad y la de quienes lo amparan y publican, también.
Yo defiendo a Sostres y lo acuso.
Yo quiero que Sostres siga escribiendo para gritarle a la cara que es un cobarde.
Yo quiero que Telemadrid y Pedro J. continúen albergando sus opiniones para denunciar su vileza moral y la de quienes lo jalean.
Yo quiero que Sostres escriba y hable para que nos empuje a todos a perseguir con justicia, implacables, a quienes creen tener el poder de acabar con la vida de quienes creen suyos.
Yo quiero que Sostres escriba para poder seguir escribiendo en contra.
Yo quiero poder gritarle a quienes lo aplauden que son cómplices de esos asesinatos. Peor. Irresponsables, refugiados en la inocencia de quienes no dan la cara.
A mí no me importa Sostres. Me importa poder decirle a algunos que cuando lo comparan con el mal descrito en tantas obras, de Sade a Capote, de Bernard Hénry-Levine a Céline, de Martínez-Santos a Panero, todos, todos esos son responsables.
Unos escribieron para denunciar e intentar comprender las razones de la maldad. Otros para sacarla de las entrañas de lo humano y arrojarla ante los demás. Otros, simplemente, para confesar su fascinación y su responsabilidad.
El problema no es Sostres ni lo que piense. Ni la demora compasiva y comercial del director de El Mundo. El problema es no darnos cuenta de la raíz y los males de una sociedad que asiste horrorizada e impotente, pero trémula y compasiva, al desfile del horror cotidiano y su banalización en los medios y las opiniones.
Dejar la impunidad, aumentar la responsabilidad, es la obligación de una sociedad democrática y responsable. Para que dentro también puedan vivir nuestros monstruos. Y más que perseguirlos, los estudiemos para evitar que mañana vuelvan a ser, para evitar que mañana todos seamos impunes.
Seamos lo que queramos ser. Digamos lo que pensemos. Sin renunciar al dolor, la depravación, el vicio, la mentira y la violencia. Porque existen y son parte de lo nuestro. Pero seamos responsables. Ante nosotros y los demás.
El resto es hipocresía.