Condenado. El látigo de la crispación, Federico Jiménez Losantos, ha sido condenado a una multa de 36.000 euros por insultar al alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón. La sentencia es contra las expresiones "insultantes o hirientes" dirigidas a "vejar la imagen y dignidad del querellante en forma innecesaria y gratuita y desacreditarle públicamente en su condición de Alcalde de la Villa de Madrid y de miembro del Partido Popular".
Losantos pierde otro proceso. Como ya le ocurrió cuando llamó terroristas a los dirigentes de ERC o impulsó una campaña contra ABC.
En otros juicios se ha arrugado y acobardado para no hacer frente a sus responsabilidades.
Pero su periodismo mafioso no acaba en las diatribas contra los políticos. Las amenaza los más débiles, como los inmigrantes, son rasgos propios de ese supuesto periodismo con el que la emisora de los obispos obsequia todas las mañanas, por el bien del cepillo y los fondos de la iglesia.
Condenado de nuevo. Condenado no por informar, sino por insultar, injuriar y mentir. Condenado no por opinar, sino por manipular y tergiversar.
La condena de Jiménez Losantos no es ningún atentado contra la libertad de expresión, como dicen sus agradecidos tertulianos, compañeros de diatribas mañaneras. Esta condena reafirma que la información debe ser veraz y que en la opinión cabe todo menos la injuria y la calumnia. Todo el mundo tiene derecho a la crítica, hasta la más desabrida y desaforada. Pero no hay un derecho para pisotear la vida y el nombre de los demás con acusaciones torticeras y falsas.
La sentencia (pdf) recuerda que los personajes públicos y los políticos deben soportar un grado mayor de intromisión en su vida privada y en su honor, pero sin llegar a la legitimación del insulto.
Con esos argumentos, la sentencia es un misil más contra la teoría de la conspiración y sus portavoces. No hay veracidad en sus informaciones y el recurso al insulto y la manipulación sobrepasa los límites de la libertad de expresión y el derecho a la información.
No callarán, pero es bueno que se sepa y se deslegitime su conducta y sus mentiras.