Manolo Bragado tiene razón. Menos chanza con la ley de noticias felices rumana. En manipular la realidad para exaltar los logros del poder y animar el fervor popular somos expertos.
En España la mayoría de los gobiernos, tanto estatales como autonómicos y locales, se empeñan a fondo en esas tareas. Quizá somos el país del mundo con más inauguraciones y políticos sorientes por todas partes.
Y ya se sabe, con tantos medios, públicos y privados, que sólo sobreviven por el dinero público y las campañas del poder y las empresas institucionales, además de subvenciones y otras regalías, la cuota de buenas noticias en muchos medios y lugares está bien servida.
La porosidad de la política y su contaminación mediática construyen la ilusión de la bonanza abonada por el dinero del contribuyente y la falta de responsabilidad.
Un mundo feliz, como decía Aldous Huxley. Por eso ahora, como en aquella novela, nos molestan tanto los salvajes, los disidentes que rompen la armonía de la corrección política y el telestado del bienestar.