Tuesday, March 30, 2004

La veracidad de la opinión


Sorprende la ligereza de muchos columnistas y opinantes al emitir juicios sin respetar los hechos o preocuparse en exceso de su veracidad. "Las opiniones son libres, los hechos son sagrados", según el viejo adagio del editor Charles A. Dana, uno de los inventores del periodismo informativo, que también se atribuye a CP Scott, histórico director y luego editor de The Guardian, y uno de los creadores del moderno periodismo de información.
Otros han defendido, desde la prensa de opinión –que siempre es alternativa– que lo sagrado son las opiniones y los hechos están para sustentarlas.
Pero la opinión sin hechos es cosa de fe. Los lectores pueden o no tenerla, pero no es bueno convertir los asuntos públicos en cuestión de dogma. Al hacerlo se ensanchan los abismos en lugar de tender puentes de realidad.
Una de las grandes diferencias entre el columnismo europeo y el norteamericano es el respeto por la realidad de los hechos. En Europa el dogma y la fe son más fuertes, al menos hasta la aparición de los neocons y su nueva visión moral de un mundo sometido al imperio norteamericano (sea por soft policy o por la fuerza).

The New York Times parece decidido a someter a los opinantes al contraste de los hechos. En su nueva política para mejorar la calidad de su periodismo y evitar nuevos escándalos Jayson Blair, el editor público (ombudsman) del diario, Daniel Okrent y la responsable de opinión, Gail Collins, abogan por obligar a los columnistas y articulistas a ser precisos con los hechos y a corregirlos en sus propias columnas cuando se produce un error.
Las opiniones no deben estar por encima de la verdad, al menos de la factual. Toda opinión debe ser argumentada para mejorar su comprensión y apelar a la inteligencia del lector, no a su fe. La habilidad del argumentador está en encontrar e interpretar los hechos adecuados, a la realidad y a sus tesis.
Las mejores opiniones son rigurosas con sus propios argumentos y los hechos en los que se fundan, sin que tal obligación sea científica, sino simple honestidad intelectual.
El resto es dogma y propaganda.
Si el periodismo español caminase por la misma senda se evitarían sandeces, enfados y muchas malinterpretaciones. Y sobre todo que una parte del país saliese de su casa o del coche cabreado después de oir a los tertulianos, para quienes los hechos son tan baratos.
Quizá entonces los acuerdos serían mayores que las disputas.

NY Times | The Public Editor: The Privileges of Opinion, the Obligations of Fact