La gran traición de The New York Times
La Vieja Dama Gris entonó el pasado domingo el lamento más amargo de su siglo y medio de periodismo por la traición de un joven y ambicioso redactor de 27 años, Jayson Blair.
The New York Times pidió excusas a sus lectores en una gran investigación por su negligencia y lentitud en descubrir las falsedades, plagios y errores cometidos por el prometedor Blair, reportero de la sección de Nacional.
El diario publicó el día de máxima difusión y audiencia una gran investigación de cuatro páginas para aclarar y excusarse por lo que califica como “una profunda traición y la cota periodística más baja del diario en 152 años de historia”. El editor del diario,
Arthur Sulzberger Jr. afirma en una nota publicada en primera página que “supone una abolición de la confianza entre los lectores y el diario”.
En un informe enviado a los directivos del diario y la redacción el lunes pasado, Arthur Sulzberger Jr. dice: “Nuestros controles y garantías organizativas, al igual que nuestra responsabilidad individual han sido insuficientes. El director, Howell Raines, el director adjunto, Gerald Boyd, y yo aceptamos toda la responsabilidad”.
El diario ha investigado todos los trabajos de Blair y se lamenta del fallo de todos los sistemas de chequeo y edición de la información. Apuntan sobre todo a:
La falta de comunicación entre los responsables del diario y las diferentes áreas. Hace dos años, en abril de 2001, el editor de Local había denunciado el “alto índice de correcciones” de los trabajos de Blair para los estándares del Times y envió un informe recomendando “parar que Jayson siga escribiendo, inmediatamente”. No fue escuchado.
Las pocas protestas o correcciones de los lectores o los protagonistas de las informaciones.
La maestría del reportero en enmascarar sus invenciones.
En las fechorías del reportero figuran toda clase de invenciones y artimañas como no dejarse ver nunca por los fotógrafos y comunicarse con ellos sólo por teléfono, inventar escenas que nunca presenció, citar fuentes con las que no habló, copiar datos e informaciones ajenas y un largo etcétera.
En la redacción se preguntan cómo es posible que las quejas sobre el trabajo del mentiroso, oídas y pronunciadas por los jefes de local, deportes y nacional tardasen tanto tiempo en ser escuchadas. O cómo es posible que Blair viajase a 20 ciudades en seis estados sin presentar una sola factura de hotel.
El diario proclama que los otros 375 reporteros de la redacción están libres de sospecha y los lectores pueden seguir confiando en ellos.
Tom Rosenstiel, director del Projecto para la Excelencia en Periodismo (Harvard), sugiere que es difícil descubrir a los mentirosos porque “ hay muchos riesgos en crear un sistema que sospeche de los reporteros, que interfiera en el ambiente de creatividad que se necesita en una redacción, o que suponga una brecha en la relación entre reporteros y editores y jefes”.
El editor del diario insiste en que el mejor método para evitar la repetición de estos hechos es mejorar la comunicación y la confianza en la redacción, “construir líneas de comunicación” para que nunca se echen en saco roto los comentarios y críticas.
El director, Howell Raines, ya ha enviado un
mensaje a toda la redacción indicando varios pasos para mejorar el chequeo, contraste y filtros de precisión de las informaciones. A partir de ahora todos los viajes serán también controlados para descubrir cualquier desliz.
La competitividad, la presión por conseguir mejores historias y las prisas por triunfar han plagado de
falsedades el periodismo norteamericano en los últimos tiempos. Quizá el más desvergonzado de los mentirosos sea un ex editor del semanario New Republic, Stephen Glass, que inventó una historia sobre un hacker al que cazó, una iglesia que honraba al presidente Bush o una empresa que fichaba a Alan Greenspan. Despedido, estudió leyes y vuelve ahora con una autobiografía novelada, llamada El fabulador, donde recrea sus deshonestas aventuras.
La gran disculpa del diario neoyorkino acaba con una frase de su director más famoso, A. M. Rosenthal: “Cuando te equivocas en esta profesión, sólo puedes hacer una cosa: corregirlo tan pronto como puedas”.