Vuelve la Liga y la
guerra del fútbol. Mediapro y Prisa chocan de nuevo por los millonarios derechos de unos clubes que adeudan más de 4.000
millones de euros, 800 de euros al Estado. Pero nadie corre para cobrar ese abuso
pese a la crisis y a los recortes que sufren ciudadanos y servicios públicos.
La guerra del fútbol es una parábola de la burbuja económica y de parte de los
defectos de nuestra economía.
El origen de las guerras del fútbol está en dos mercados desequilibrados y mal
regulados: el de la televisión y los derechos de los clubes. Las
recomendaciones de la Comisión Nacional de la Competencia o de la Comisión Europea
para equilibrar el cobro de derechos entre los grandes clubes (Real Madrid y
Barcelona) y el resto, la liberalización de la emisión de partidos en abierto o
de pago sin la obligación de interés general de la interesada ley Cascos, la
falta de un mercado único europeo de contenidos sin fronteras nacionales y el dominio
de Prisa en la televisión de pago, atacado por Mediapro con su puja por los
derechos y el lanzamiento de la TDT de pago son los ingredientes de una pelea
trufada de intereses económicos y políticos.
Ahora que la burbuja
económica ha estallado, como la de la TDT, cuando la falta de dinero público quiebra
las bastardas relaciones entre políticos y clubes es hora de acabar con los
abusos. ¿Para cuándo una comercialización solidaria entre clubes con paquetes
de partidos para diferentes canales –televisiones, internet, móviles-, con
limitación temporal y precios de mercado? Con las autonómicas en quiebra y
acuciadas por los recortes y el duopolio de Telecinco y Antena 3, la puja se
reduce al pago si no se rebajan unos derechos que las sucesivas pugnas han
encarecido por encima de las posibilidades del mercado.
El eterno retorno de
la guerra del fútbol no perjudica sólo a los aficionados, pendientes hasta el
último día del calendario y los horarios, en duda de a qué canal abonarse para
disfrutar de su deporte favorito. La sufrimos todos, por las deudas que los
mimados clubes no pagan y los abusos de los dueños de la televisión.
Columna en medios de Vocento