
Aguirre es una mujer espectáculo. Sin complejos. Miren sus tacones al lado de esos dependientes de mandil azul inmaculado. Deberían ser rojos, como los colores de Madrid, como los de la publicidad de E.On y los de esta campaña, con cuyas coincidencias alguien manda mensajes con símbolos (de ahí el puntito de enforma convertido en acento equívoco e innecesario) como otros lo hacen con los abanicos.
Espe Fonda, como en los vídeos, pero de calle. De maricomplejines, que diría Federico, nada. Aguirre practica el gobierno mimético, camuflada en los saraos, sean de Loewe o de mercado. Cercanía a los ciudadanos, proclaman sus apóstoles.
Con el tiempo que nos pasamos riéndonos de los guiris de bermuda y calcetines o de esos espontáneos que hacen movimientos espasmódicos en los parques un par de veces al año, cuando se contagian de los aficionados de camiseta y malla, para que ahora la seño presidenta ponga chic el urban fitness vestida para gobernar.
Superfashion. Como Isabel Tocino cuando se camuflaba en cada aparición como ministra.