Tuesday, January 13, 2004

En memoria de Alberto Otaño

La sonrisa impasible



La vida se le agotó a Alberto Otaño como se le agotaban sus gritos del Orfeón Donostiarra a las tantas, con el cierre recién despachado y en la soledad de la redacción sólo quedaba algún rezagado, algún amigo y la botella que nunca falta.
Otaño era el redactor jefe más sonriente y tranquilo. La alegría en el cierre apretado. La voz quieta en las crisis. Cuando todo caía a su alrededor, fuera el propio Diario 16 de sus desvelos, la muerte de Lola Flores o aquellos policías que querían entrar en la redacción sin "papelito" (como recuerda José Luis Gutiérrez en El Mundo), Otaño estaba al pie del cañón, tranquilo.
"¡Vámonos, que nos vamos!" era su fase preferida. Poco escuchada por los redactores rezagados y los editores pesados. Pero Alberto estaba allí, con su sempiterno pitillo, sus gafas, su sonrisa y su "puntito".
Siempre me recordó al Bogart más crepuscular, el de "La reina de África" o "Más dura será la caída". Bebedor, mujeriego (de boquilla, porque siempre estuvo enamorado de su mujer), empecinado en ser quien era, desastre y cumplidor, abocado a su condición de redactor jefe de los que ya no quedan.
No era el mejor, a pesar de sus citas; ni el más creativo, pese a su gusto; ni el más periodista, pese a serlo. Pero era el mejor maestro. Guiaba a los más jóvenes como sólo los viejos maestros saben hacerlo, con consejos buenos y prácticos, con mucho cariño y mucha paciencia. Muchos aprendimos de él y lo quisimos, a su manera y a la nuestra, despegada y combativa.
Gafas caídas, corbata de doble nudo descuidada, las camisas blancas de manga corta que sólo los americanos y él son capaces de llevar. El cigarrillo y una prueba de página en la mesa.
¡Vámonos, que nos vamos, Otaño!
Cierra.

elmundo.es | Alberto Otaño, periodista fundador de 'Diario 16'