Carbón de Reyes: de buenas intenciones y de las otras
"Los proyectos para televisión que el PSOE quiere introducir en su programa electoral me repugnan. La antibasura puede ser basura, como el antiterrorismo puede ser terrorismo (guardias en los aviones)".
"No, no quiero censores que se consideren a sí mismo morales".
"No quiero un Ministerio de la Cultura y la Comunicación, como proponen: la ministerialización de la cultura la está hundiendo en España con la sonrisa protectora del que da dinero".
Eduardo Haro Tecglen. Antes basura que censura.El País
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El gran problema del PSOE, con Felipe y con Zapatero, es su desconfianza terrible en la libertad. Su apego al estatalismo como gran padre benefactor del progreso.
El progreso impuesto por los burócratas.
Como los ciudadanos fallan (y lo hacen), como defraudan los empresarios (y cuánto), como yerran los periodistas (mucho), y como nadie sabe muy bien a dónde vamos. La solución vendrá de arriba, de los políticos y sus cargos de confianza. El Estado proveerá.
En asuntos de comunicación, la cercanía y bondad del Estado han sido siempre la perdición de la información. Cuanto más meten las manos los políticos en los medios, peor. Así estamos, con políticos lascivos, y periodistas y medios a los que les encantan que les metan mano.
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El PSOE promete el estatuto de los periodistas que el PP se niega a aprobar. Es el proyecto consensuado por varias asociaciones y colegios periodísticos. Responde a la rebaja de la carne de periodista, al deterioro de la profesión. Habla del periodista profesional, el carné y esas cosas. De la ética y la coparticipación en las decisiones de la empresa y todas esas buenas intenciones.
El periodismo hoy es una ganga. Todos lo saben. Pero no son los periodistas a la pieza ni los sin contrato los que más contribuyen a ello, sino los perezosos, los indolentes y los dóciles.
Es un deber de todos mejorar las condiciones laborales de los periodistas mal empleados, como de los albañiles, peones, camareros, médicos, etc.
Es un deber de todos garantizar la libertad de expresión, la veracidad de la información y el derecho a la información de todos.
Y asegurar el secreto profesional y la cláusula de conciencia de los profesionales.
Por cierto, que la profesionalidad exige una responsabilidad individual anterior al organismo colegiado y protector.
El diputado socialista Luis González Vigil aseguró en la comisión correspondiente que "la proliferación de escuelas de periodismo y el sometimiento a las reglas de mercado" han conducido al "abuso y la precarización de la profesión".
¡Que cierren las escuelas de periodismo!
Maldita la falta que hacen. La gente sale de ellas con un título, creyendo ser alguien y piden un carné profesional.
¡Intervengamos el maligno mercado!
Que todos los medios sean como TVE, TVG, Radio Nacional,Canal Sur o ETB, magníficos ejemplos de pluralidad, independencia, saber profesional.
Para ser periodista no hace falta un carné ni que alguien venga a decir quién es y quién no. Manuel Fraga, autor de la ley del 66 y condecorador del ínclito Alfredo Urdaci, último Premio Comunicación de Galicia (¡échale ...!) estará encantado de asesorar a José Blanco y resto de la ejecutiva socialista.
Seguro que alguno en el partido guarda el carné de Fraga. ¿Será igual al que prometen?
Uno de los grandes fracasos del posfelipismo es su relación con los medios. Felipe lo hizo con un sueño y la libertad. Luego lo perdió con el estatalismo, la propaganda y la soberbia.
Aznar aprendió la lección y cuando llegó a presidente del PP lo tenía claro: hay que controlar (JM sólo piensa en términos de poder) los medios. Al fin y al cabo los editores están más de este lado que del otro, salva sea la parte.
Y luego la vida. Un avión, azafatas y jabugo no tiene competencia en un autobús y magdalenas.
La puntualidad, el orden, "el Gobierno Informa", el discurso único y armado, etc. son argumentos vencedores frente a nada que decir, estamos reunidos, "¡ah, sí, éso dice!" o "no tengo idea, ¿puedes preguntarle a otro".
Un estatuto no arreglará eso, aunque despierte la simpatía de muchos.
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Daniel Innerarity, (buen) catedrático de filosofía y experto en Adorno, argumenta en El País sobre el fin de la crítica y afirma que cuando una cultura subsume la negatividad, la revulsión crítica no cabe, todo queda admitido.
Filosóficamente impecable, pero poco real.
La anulación de la crítica viene en España del estatalismo cultural de 17 autonomías, un estado central e incontables organismos e instituciones de carácter público cuya actividad principal es dar premios al sumiso, adocenar al insumiso con galardones y producir fotos de políticos con gente presuntamente inteligente.
Hay quien se sorprende cuando se llama a un escritor, cineasta, cantautor o intelectual (cito algunas de las ocupaciones más frecuentes de nuestros cerebros) para darle un premio y ocurre:
uno, la luminaria pregunta de primeras por el importe del galardón;
dos, envíenme una limusina o no voy;
tres, ¿quiénes estarán en la entrega?
A la crítica se la comió el dinero público y la codicia de los críticos, no la fortaleza y apertura de nuestra cultura.
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Dicen los "expertos" en la revista de la ONCE que con el ejemplo de las televisiones públicas y una ley del audiovisual se barre la porquería.
El representante de las televisiones comerciales acusa a las públicas y a la sociedad.
Un miembro de la pomposa Academia de la TV (parece el nombre de un reality show) se hace el loco, como si sus miembros no tuvieran nada que ver:
"Transferir la responsabilidad a los programadores es ignorar que son empleados de la casa", dijo Fermín Bocos, eximiendo de responsabilidad personal profesional a los "empleados".
¿Serán miembros de la Academia los tales asalariados? ¿Conseguirán el carné de periodistas profesionales?
Donde esté la "casa", ya lo decía Le Carré, para qué queremos responsabilidad y profesionalidad. Los empleados, como los proletarios, o callan o se revolucionan, pero no tienen sombra de culpa.
¿Estará Bocos entre los "especialistas" que asesoran al PSOE para hacer su programa?
El presidente de los periodistas madrileños, Fernando González Urbaneja, despejó con brío: "Es la vulgarización de los contenidos de televisión. Los periodistas tenemos poco que ver con esta historia".
¿Cuánto hace que no lee las páginas de televisión de los diarios? ¿No oye la radio? ¿Sólo escucha las tertulias en las que participa durante el tiempo que habla?
No es buena defensa escurrirse por la frontera entre información y entretenimiento. Si, como él dice, "el gran fracaso de Aznar es la televisión", seguro que no estaba pensando en el entretenimiento.
¿O sí?
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