Gordon Bell graba cada momento de su vida, su actividad en internet, sus documentos y las personas con las que se relaciona. Aumentan las restricciones impuestas a las estrellas del deporte en el uso de redes sociales. Un profesor es despedido en Euskadi por utilizar un blog como eje de sus clases. El diario The Washington Post reclama a sus periodistas respeto a los criterios profesionales en su identidad digital y contención para no amenazar la objetividad del diario. Los usuarios de las nuevas tecnologías crean una vida aumentada, narrada en directo y distribuida para relacionarse con otros. Los principios, valores e instituciones tradicionales se queman como papel fotográfico sobreexpuesto.
La identidad se convierte en un objeto de dominio público, un segundo ser diseñado para mejorar el real. La privacidad compartida permite difundir ese ser perfeccionado a los demás con las nuevas herramientas sociales. La cultura doma a la naturaleza en la personalidad y la ilustrada noción kantiana del deber se pliega al placer. El primer mandamiento es disfrutar de uno mismo y compartirlo.
La transparencia es el nuevo dogma. Pero el mundo y la sociedad siguen fundados sobre reglas y jerarquías donde sólo unos pocos tienen acceso a la información de los demás. El registro y la publicación de los datos de la vida en red crea una democratización de la información peligrosa para algunos. Facilita la aparición de un Gran Hermano o de un sinopticón, un sistema donde todos se vigilan. Son los peligros de la memoria extendida de los lifebits de Bell, cuya intención es crear una e-memoria descargable como un archivo de ordenador. Su objetivo es añadir metadatos a la vida para mejorarla, de la salud a lo profesional. Una biografía para la vida como un archivo digital –la propuesta del genetista Craig Venter- para buscar, etiquetar, publicar y utilizar esa información. Como hacen ahora los usuarios y las herramientas de internet con los contenidos digitales.
Muchos usuarios de redes sociales narran su vida y se relacionan con otros a través de contactos, enlaces y documentos compartidos. La cultura del enlace –el hipertexto- es la base de la reputación, sustituye a la objetividad–reclamada por el Post a sus periodistas- y crea nuevas esferas donde la necesidad de coincidir en tiempo y lugar para relacionarse cede ante la asincronía y la globalidad digital. Las herramientas de las redes sociales y los móviles son las nuevas plataformas de la identidad. Nos falta conocer los criterios y las herramientas de la ingeniería de los enlaces para usar los metadatos y evitar las pesadillas totalitarias del ciberpunk.
Columna en el diario Público