Paradojas: el gobierno más esquivo, con el presidente más silencioso, el que más gobierna por decreto ley y desoye al Parlamento, el que antes ha incumplido sus promesas electorales, el que ha cambiado radicalmente sus políticas sin cumplir un solo año aprueba la primera ley de transparencia de la democracia. Toda una reflexión del fracaso de los anteriores, especialmente el de Zapatero, culpable de posponer indefinidamente una ley imprescindible para una democracia real y participativa.
Pero el gobierno Rajoy persiste en su sordera. Ni el Consejo de Estado, presidido por el ex ministro Romay Beccaría, ha conseguido que se oigan sus críticas. Antes el ejecutivo ignoró a la comisión de expertos creada al efecto, a los organismos internacionales y a los propios ciudadanos, de los que sólo incorporó algunas ideas de una consulta pública sin transparencia sobre las propuestas realizadas.
La primera ley de transparencia y buen gobierno es una burla. Todas las críticas coinciden en la excesiva discrecionalidad de las administraciones, la escasa garantía del derecho de acceso a la información pública de los ciudadanos y el excesivo control que otorga al gobierno central sobre el resto de administraciones. Más que una ley de acceso a la información es un instrumento para reforzar el poder sordo y silencioso del ejecutivo de Mariano Rajoy.
Bienvenida la primera ley de transparencia y los controles sobre las administraciones y cargos públicos para evitar despilfarros y mala gestión. Pero la transparencia y el buen gobierno son más que una ley, son una cultura, como la propia vicetodo Soraya Sáenz de Santamaría ha subrayado en la rueda de prensa del Consejo de Ministros.
La partitocracia es opaca y esta ley se ha gestionado sin debate y con opacidad. La tramitación parlamentaria y su implementación por todas las administraciones públicas deberían servir para limpiarla de las malas prácticas de su gestación contra natura. Una democracia sin participación y control ciudadano es el peor escenario para el buen gobierno, la probidad y el límite al poder de los partidos que tanto necesitamos.
Columna en Estrella Digital