Una coalición universal contra la censura. Es el reclamo del Committe to Protect Journalists (CPJ), una de las grandes organizaciones de la libertad de expresión. Una ciudadanía libre y el libre flujo de información son esenciales para la política, la economía y la sociedad del conocimiento. Pero las barreras nacionales son muy fuertes y no existe todavía un cosmopolitismo realista (Ulrich Beck) capaz de asegurar un sistema universal de derechos y normas procesales para una sociedad abierta.
La llamada del CPJ coincide con una reflexión de Dani Rodrik sobre el mito de la irrelevancia del estado nación. De nuevo emergente cuando la crisis aprieta, los gobiernos se encastillan en la gestión interna y los ciudadanos reclaman derechos y garantías al único ente político capaz de garantizarlos: el estado nacional
La crisis de gobernanza europea y la incapacidad de la globalización para regular los mercados para asegurar el crecimiento y una salida ordenada de la crisis hacen volver las miradas al interés nacional, que Rodrik ejemplifica en la actitud alemana, hipertrofiada en la política de Angela Merkel.
"El liberalismo (laissez-faire) y la tecnocracia internacional no ofrecen una alternativa plausible al estado nación", afirma el economista, que denuncia como Beck "la ausencia de mecanismos viables de gobernanza global".
Pero la sociedad abierta también se discute en el otro gran espacio de la globalización: internet. Es en el espacio público digital donde el CPJ defiende la libertad frente a la censura. Una amenaza que se extiende cuando las empresas digitales que concentran las opiniones, información, contenidos y datos de los usuarios se deben someter a las leyes nacionales, a menudo por debajo del mínimo de derechos y libertad cosmopolita.
Es la paradoja de Twitter o Facebook, espacios de libertad para los usuarios sometidos a legislaciones a menudo restrictivas. Pero también un espacio público en manos y con intereses privados, lo que llamo el control 2.0, al que se el neofeudalismo digital, atrapada en el negocio de las relaciones sociales y su tendencia a la endogamia y al estrechamiento de las ideas y el debate público.
Esther Dyson vuelve sobre el peligro de la parcelación de internet por las aplicaciones, las plataformas y redes sociales, pero también por un sistema fragmentado e hipercomercializado de los nuevos dominios (URL). Concluye a favor de la elección de los usuarios y las opciones de una oferta de larga cola para cada necesidad.
Pero Dyson olvida que la elección necesita un sistema de valores y un mínimo de conocimientos y derechos para equilibrar las necesidades de oferta y demanda. Asentar esos sistemas es esencial para que la sociedad del conocimiento no sea sólo una sociedad del rumor, en acerada crítica de Daniel Innerarity.
De lo contrario en lo político y lo económico resurge un nacionalismo introvertido donde los ciudadanos buscan refugio (efecto cocoon), y en las redes y los medios de comunicación aumenta la endogamia en busca de afinidades y no de reflexión y debate crítico.
El resultado es el cosmopolitismo banal denostado por Beck. Un sistema de creencias, relaciones y política donde la ilusión de la globalización produce un placebo de libertad y debate crítico a menudo incapaz de gestionar de forma creativa y productiva las crisis.
Quizá por eso sea tan difícil formar y hacer efectivos esa base de derechos y garantías individuales y sociales que sean el tejido mínimo de la sociedad global.
A la resistencia de los poderes nacionales políticos y económicos -aunque se desarrollen un mercado supercapitalista global, pero siempre con raigambre y origen nacional-, se une la lentitud e ineficacia de la política para hacer frente a los desafíos y la evolución tecnológica y económica.
La solución a esa ineficacia política no pasa por otra ilusión, la tecnocrática, sino por una gestión del conocimiento distribuido que garantice y respete esos derechos y sistemas universales tan citados pero tan poco realizados en la práctica.
Los medios y el periodismo tienen un papel esencial en esa defensa. La información y el debate crítico deben ser los tiradores que expanden y fundamentan el debate social en las redes al mismo tiempo que deben fijarse más en los bordes de ese sistema para salir de su propia endogamia.
En ese sentido debería leerse la llamada a una coalición cosmopolita -que a diferencia de la globalización incluye el nacionalismo no excluyente- contra la censura. Hace falta ampliarla a una coalición cívica por la libertad, los derechos y la crítica (ahora que el posmodernismo ha acabado con la razón) para que una gestión eficaz del conocimiento y la ciudadanía distribuidos (las múltiples identidades de Amartya Sen o las identidades de dominio público digitales) produzca nuevos sistemas ciudadanos, políticos y económicos donde los males de una globalización imperfecta y asimétrica no acaben haciendo sufrir a ciudadanos atrapados entre el recortado estado nación y los paraísos artificiales del neofeudalismo digital.
Los dos son parte del imaginario de la burguesía proletarizada (Zizek), atrapada por el síndrome del nuevo rico: sometido al hiperconsumo e incapaz de producir la suficiente riqueza para sostenerlo sin que las burbujas estallen.
Innovación social, gestión del procomún, territorios y sistemas inteligentes unidos a valores universales son cada vez más necesarios si queremos generar alternativas que no vuelvan a confundir la ideología con las certezas.