Barack Obama buscó en Sueños de mi padre el torrente de su identidad en las venas de su biografía. El destino de un hombre surcado por su vida y su experiencia de la raza, y los éxitos y fracasos de la lucha a pie de calle por los derechos civiles. El destino hecho por uno mismo y su biografía. El sueño americano.
Quizá alguien le cuente que en el libro que le regaló Hugo Chávez, Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano escarbó la miseria de pueblos donde la sangría exterior se convirtió en un despojo de siglos de una parte de los miembros de cada país contra los otros. De quienes consideran a una parte de sus compatriotas como extraños con el mismo desdén que los patricios miraban a quienes no eran ciudadanos. Y por eso los sangran, sin temor. El despojo del pueblo por una parte de sí mismo.
Galeano ha dicho que la admiración por el pasado siempre le ha parecido reaccionaria. A Obama también, si hemos de creer en las propuestas de sus libros y su presidencia.
Quizá el eje entre la confianza del presidente norteamericano para forjarse un destino personal y la vieja alerta de Galeano sobre una sangría de pueblos por extraños -aunque sean muchas veces vecinos- espolee una nueva doctrina Obama donde la cooperación pueda más que la confrontación.
Y ahí los extraños pueden empezar a compartir venas con vida sin prolongar la sangría.