En la calle de Rajoy no se habla de laicidad, ni de aborto, ni de buena muerte, ni de inmigrantes, ni mucho menos de que voten, ¡por favor, faltaría más!
Y tiene razón. En las calles de barrio de Salamanca no se habla de estas cosas. Sus habitantes están tan contentos pasando con sus leales esposas bajo el palio de los obispos mientras la querida aguarda. De buena muerte o eutanasia, ni hablar. Siempre se puede arreglar con un médico amigo. Por supuesto, nada de que los inmigrantes legales puedan votar, no se nos vaya a desmandar la parroquia y perdamos algún ayuntamiento o alguna comunidad autónoma que tan bien cuidadas nos tiene las buenas calles deterioran y debilitan la sanidad o la educación públicas. Puro estilo Esperanza Aguirre, siempre aclamada por las señoronas de los collares que tanto le gustaban a Pilar Franco.
En las calles de Rajoy no se habla de esas cosas. Todo se hace de puertas adentro. Como toda la vida. Faltaba más.
Mariano Rajoy es un conservador. Así que no es de extrañar que toda su crítica al gobierno de Zapatero pase por repetir letanías populistas.
No se lo creen ni en su partido, que anda a trompadas peleándose por nombres, sólo por poder, porque de ideas hace tiempo que las tiraron por calles de barrios como Salamanca, y nunca más se supo.
Es el peligro de los políticos sin ambición ni carácter. Melifluos y conservadores. No hablan más que de las viejas conversaciones de camilla. De lo demás, calle el pueblo, para decirles qué hacer ya estamos nosotros, los populares.
En la calle de Rajoy el silencio y la hipocresía atruena.